Ese día supuso un antes y un después en mi forma de ver algunas acciones de las que hacía o hago.
Otras veces he tenido momentos así. Luego nunca hay un cambio radical en mi forma de ver las cosas, pero estas ocasiones sí me sirven para reflexionar y preguntarme el porqué de mis acciones.
Aquel día le quería dar un sorpresón a mi amigo Carlos, que iba a disputar la Quebrantahuesos, marcha cicloturista de referencia a nivel aficionado, y para la que se había estado preparando con mucha ilusión.
Después de la sorpresa que le había dado en La Mussara, y envalentonado porque me había salido bien, estuve días dándole vueltas al hecho de hacer lo mismo que en aquella marcha, pero esta vez rizar el rizo y aparecer en la cima del Col de Marie Blanque para darle ánimos y desearle un buen final de recorrido.
Pero esta vez me salió mal. No llegué a tiempo. Bueno, en realidad ni siquiera llegué.
Había estado varios días buscando en internet la mejor manera de ir hasta allí, pensando en si subir en coche hasta la cima y esperar allí a que Carlos pasara o si dejar el coche en otro sitio y subir con la bici hasta el Col de Marie Blanque y darle aún más espectacularidad a la sorpresa.
Y está claro que si hubiera subido hasta allí en coche y me hubiera quedado a dormir un rato y luego ya disfrutar viendo pasar a toda la carrera, habría asegurado el tiro y habría podido darle la sorpresa.
Pero como he dicho antes, envalentonado porque lo de La Mussara me salió bien, decidí que sería muy guapo dejar el coche cerca del puerto y subir con la bici de montaña siguiendo una ruta que había encontrado en el Wikiloc.
Si lo planeaba bien estaba convencido de que me daría tiempo a llegar, y además del viaje haría una ruta guapa con la bici de montaña, que una oportunidad como esa valía la pena aprovecharla.
El caso es que lo planeé todo perfectamente. O eso pensaba yo.
Aquel viernes trabajé en turno de tardes, y una vez llegué a casa, casi a las once de la noche, me pegué una ducha, cené, y acabé de preparar las cosas de la bici y la maleta.
Después de la sorpresa tenía previsto pasar la noche del sábado en un hotel cerca de Pau, y luego el domingo aprovechar para ir a visitar a unos amigos que viven allí.
Y así fue como sobre las dos de la madrugada salí de casa dispuesto a hacerme 400 kilómetros para llegar a Arudy, un pequeño núcleo de población en las inmediaciones del Marie Blanque, donde dejaría el coche y empezaría mi ruta por montaña para llegar a la cima.
Una de las posibilidades que había sopesado en los días anteriores era dormir en casa unas pocas horas, salir bien temprano hacia Francia, llegar hasta el puerto con el coche y esperar a que pasara la carrera.
Pero viendo en la web de la organización a qué horas y qué carreteras cortarían al tráfico, no me quise arriesgar a quedarme cortado en algún punto y no poder llegar a mi destino.
Y como he comentado antes, también podría haberme asegurado el darle la sorpresa a Carlos yendo hasta la cima en coche llegando de madrugada y dormir un rato hasta que pasara la carrera o simplemente ir a otro puerto u otro punto de la carrera (que eran doscientos kilómetros de carretera donde elegir) para verle pasar.
Pero en su momento me pareció, y me sigue pareciendo, todo sea dicho, que la idea de ir en coche hasta las inmediaciones de la montaña y luego subir en bici hasta la cima, era una muy buena idea. Sí que lo era.
Además, la gracia era darle la sorpresa en el Marie Blanque, puerto duro y mítico, y que estaba claro que iba a ser un punto importante de la carrera.
Era una parte del recorrido al que Carlos le tenía mucho respeto, pues según las crónicas de otras ediciones parecía ser esa una subida muy exigente por la dureza de su recorrido y por las condiciones ambientales que solía haber allí: mucho calor y mucha humedad, que a él le van fatal.
El viaje hasta allí muy guapo incluso haciendo más de la mitad del trayecto de noche. Iba muy ilusionado, y sólo eso ya me hacía disfrutar a pesar de la paliza que me iba a dar con el coche.
Y ya cuando empezaba a amanecer tuve la suerte de disfrutar del paisaje de los últimos kilómetros de ascenso al Portalet, puerto que hace frontera con Francia, y por el que la carrera iba a pasar. A partir de allí, ya de día, aún pude disfrutar más del descenso por el lado francés.
Finalmente, y tal y como había previsto, llegué a Arudy a una hora prudencial y con tiempo para hacer todo lo que tenía planeado.
Sólo había un problema, y es que al rato de haber entrado en Francia me di cuenta de que el móvil no tenía cobertura. Al principio pensé que sería por culpa de la montaña, pero al rato ya me convencí de que no, que el problema debía ser el “roaming” famoso.
Era lo único en lo que no había pensado.
Pero si lo del roaming ya no existía, las tarifas telefónicas eran ya iguales en un país o en otro, y las compañías telefónicas podían operar sin problema. En fin.
Y es que me había ido a Francia sin avisar a nadie de mi familia. Ni siquiera mis compañeros ciclistas del trabajo sabían que había ido. Y es que ni siquiera yo estaba convencido del todo, y hasta el último momento no me decidí.
El caso es que aunque nadie supiera que había hecho el viaje, mi idea era, como hago siempre que salgo sólo en bici, enviar el enlace del Wikiloc a mi familia para que pudieran seguir mi ruta en tiempo real y tenerme localizado en todo momento.
Pero claro, ¡no tenía cobertura telefónica!
Y no era plan hacer la ruta en bici sin que nadie supiera dónde estaba, que estaba a cuatrocientos kilómetros de casa, y porque las cosas como son, podría tener algún percance y vete tú a saber si por aquellas montañas me iba a encontrar alguien que me pudiera ayudar.
No era plan arriesgarse porque sí.
Total, que aparqué el coche en el parking del supermercado que había visto por internet (si es que lo llevaba todo súper bien planeado), me preparé, y me subí a la bici dispuesto a buscar un teléfono desde donde llamar a la familia para avisar de dónde estaba y lo que iba a hacer, y entonces seguir con el plan previsto de subir al Marie Blanque.
Pero… segundo imprevisto del día: supongo que entre no haber dormido, los nervios, y el bocadillo que me había comido un rato antes, tenía la barriga revuelta y me era imperioso y urgente buscar un sitio donde aliviarme.
Era muy temprano, y el supermercado en el que había aparcado aún no estaba abierto, así que di unas vueltas por allí buscando “algo”, pero por allí no había nada más que calles vacías.
Al final encontré un lugar por donde meterme entre la vegetación y solucionar el problema.
Una vez solucionado eso tocaba encontrar un teléfono para llamar a casa.
Más de lo mismo: en aquel pueblo (bueno, pueblo o lo que fuera aquello, que más bien era una especie de urbanización), ni había bares, ni había cabinas telefónicas (como en cualquier pueblo hoy en día en la era de los teléfonos móviles), ni gente por las calles… aquello parecía un pueblo fantasma.
Al final encontré a dos personas y me paré a preguntar. Una de ellas sabía hablar mejor mi idioma que yo el suyo, y pude hacerle entender mi problema.
Muy amablemente se ofreció a dejarme su teléfono para que hicera mi llamada, pero el teléfono lo tenía en su granja y quería que le siguiera hasta allí.
La verdad es que parecía un poco raro, pero es que allí todo me parecía raro. Y claro, otra posibilidad no tenía. Así que decidí aceptar su ofrecimiento y acompañarle.
Primero pasamos por una especie de taller o parecido donde habló con un par de personas que había allí, y luego se subió a un quad y me emplazó a seguirle hasta su granja.
Madre mía, qué raro parecía todo. Yo ya me estaba haciendo mi película de miedo particular: a ver a dónde me lleva el tío éste, y qué me encuentro allí. Bueno, pensé que si veía algo raro (más aún), siempre podría salir zumbando con la bici. Pero quise confiar, que el hombre no parecía ningún psicópata…
Después de cinco o diez minutos detrás del quad acabamos llegando a su granja, que estaba fuera del “pueblo”, se metió en una nave, y salió acompañado de un chico que resultó ser también de Cataluña, y claro está, me podía entender perfectamente con él. Resulta que estaba en esa granja aprendiendo a hacer queso de cabra. Fíjate qué curiosidad y qué casualidad.
Después de unos cuantos minutos y varias vicisitudes con los dos teléfonos que tenía este chico conseguí hablar con una de mis hermanas y mi cuñado, ponerles al tanto de mi aventura, y dejar a mi cuñado encargado de intentar solucionar mi problema con la compañía telefónica.
Ya tranquilo por tener a la familia sobre aviso, y muy agradecido con aquel hombre y aquel chico, me marché zumbando de allí porque con todos estos problemas había perdido casi una hora y media y ya iba muy justo de tiempo para poder conseguir llegar a darle la sorpresa a Carlos, que al fin y al cabo es a lo que había ido allí.
Por un momento sopesé la posibilidad de olvidarme de la ruta en bici, subirme al coche y esperar a que pasara la carrera por otro punto de aquellas carreteras, sabedor de que a esas horas ya había tramos cortados y me iba a ser imposible llegar al Marie Blanque en coche.
Pero claro, yo quería hacer la gracia de darle la sorpresa en la cima del Marie Blanque…
Convenido de mis capacidades físicas y de mis posibilidades de llegar a tiempo de darle la sorpresa a Carlos, empecé la ruta que tenía guardada en el gps, y que iba a consistir en una auténtica cronoescalada de unos veinte kilómetros, en los que iba a tener que superar un desnivel aproximado de unos mil y poco metros. Ahí es nada. Y yo, convencido de que podría conseguirlo.
Después de aquello, y ya en frío, me di cuenta de que lo que había intentado era una auténtica locura. Mi estado físico en aquel momento no era ni mucho menos el ideal para intentar un reto de esas características. Pero eso lo vi claro después, en el momento sólo vi que tenía que intentarlo porque creía que podría conseguirlo.
Un par de kilómetros de llano y bajada por una carretera de aproximación a la montaña, y ya la primera subida. Kilómetro y medio bastante por encima del 10% todo el rato. Y claro, yo que venía lanzado, pues a tope… ¡Vaya sofocón! Al poco me tuve que parar a quitarme el cortavientos, que estaba claro que no me iba a hacer falta, e incluso me iba a ir mal llevarlo puesto porque me iba a hacer sudar demasiado.
Otro par de kilómetros de bajada y falso llano, y yo haciéndome ilusiones porque había hecho ya cinco kilómetros en pocos minutos y pensaba que a ese ritmo seguro que llegaría a tiempo.
Un par de kilómetros más de subida, con los mismos porcentajes superando siempre el 10%, un breve descansillo, y ya subir y subir sin parar hasta el final…
Yo iba haciendo mis cálculos: a la velocidad a la que iba, con los kilómetros que suponía que me quedaban de subida, y viendo que era todo pista forestal sin ninguna complicación técnica, convencido estaba de que podía conseguirlo.
Ese pensamiento me iba ayudando, porque hay que decir que el terreno no era técnico, pero la subida era exigente.
Para complicarlo un poco más tuve que pasar por un tramo de varias decenas de metros que estaba completamente embarrado. Había allí una especie de explotación forestal, y a los lados del camino había muchos troncos de árboles apilados. Y el camino, lleno de barro y de restos vegetales de los árboles.
Estuve a punto de quedarme encallado. Jugando con el molinillo e intentando mantener el equilibrio conseguí pasar ese tramo jodido. Eso sí, tuve que pararme a quitar todo el barro que se me había acumulado en las ruedas, la horquilla y el basculante de la bici.
Bueno, va, esperemos que no me encuentre ningún imprevisto más, que yo creo que aún me da tiempo de llegar…
Desde el principio de la subida se puede decir que estaba yendo quizás al 90-95% de mis posibilidades físicas. Tenía que ir a tope, pero guardándome un poco por si acaso. Pero ahora ya no las tenía todas conmigo, y ya no tenía tan claro que me fuera a dar tiempo.
Pero aún creía que sí podía conseguirlo, así que ya no me guardé nada y tiré para arriba a todo lo que podía. O llegaba o no llegaba. Y no llegué…
Ya llevaba bastantes kilómetros, y no sé, seguramente casi dos horas dando pedales, cuando me encuentro una valla en el camino. Parecía más un impedimento al paso de los animales que otra cosa. De hecho pude abrirla y pasar. Enseguida me encontré a un grupo de tres o cuatro hombres, que parecían ganaderos, y me paré a preguntar.
La verdad es que me miraron un poco sorprendidos pero indiferentes, y como pude intenté explicarles que quería llegar a la cima del Marie Blanque para ver pasar a un amigo que hacía la carrera. Yo creo que ni sabían nada de la carrera (que tampoco me parece raro), ni tengo muy claro que entendieran muy bien lo que les explicaba.
Había uno que tenía coche, y le pregunté si me podía acercar a la cima, porque ya veía que no me daba tiempo y estaba desesperado. Pero me vino a decir que no, que era imposible, que con el coche no se podía llegar hasta allí. Tampoco quiso acercarme un trozo.
Lo que sí hizo fue explicarme cómo llegar hasta allí por un camino que salía en otra dirección al que yo tenía marcado en el gps. Creo recordar que supuestamente tenía que ser peor camino pero más directo que el que yo realmente debía coger.
Pues nada, decidí seguir mi camino.
Y aunque ya estaba bastante convencido de que más o menos a esas horas Carlos ya habría pasado por la cima, quise seguir adelante e intentar llegar al Marie Blanque, pensando, ya en plan desesperado, que a lo mejor por algún motivo Carlos se podía haber retrasado (un pinchazo, una avería) y aún no haber llegado.
O incluso si ya hubiera pasado (que seguramente era así), por la honrilla aquella de poder decir que aunque tarde, había conseguido llegar.
Seguí dando pedales unos cientos de metros más, no sé cuántos, y al llegar a una bifurcación del camino, que seguramente era la que me había explicado aquel hombre, me decido a desviarme, no sé muy bien por qué. Supongo que mi cabeza ya no razonaba muy bien.
El primer trozo era más empinado que lo que venía haciendo en los últimos minutos, y ya me fue físicamente imposible seguir.
Me bajé de la bici sin fuerzas para seguir pedaleando, y tal y como me bajo y me quedo de pie, ¡zas!, calambres en los cuádriceps. De las dos piernas. Intento estirarlos y… ¡toma!, calambres en los isquiotibiales. De las dos piernas.
Madre mía, durante unos segundos no sabía cómo ponerme para que se me quitaran. Hiciera lo que hiciera estaba acalambrado. No podía ni estirar ni flexionar las piernas.
De alguna manera conseguí superar ese momento, estirando un poco por aquí, estirando un poco por allá, caminando. Y poco a poco me fueron cesando los calambres.
Pasado el mal trago, y medio recuperado de los calambres, aún seguía teniendo esperanzas de llegar allí. Qué moral.
Y no sé ni cómo, pero pude, en un intento desesperado por conseguir mi objetivo, seguir caminando en la dirección que me había indicado aquel hombre.
Fue un último intento en vano, ya que eso me llevó a hacer tontamente unos 700 metros de campo a través, subiendo y bajando pequeñas colinas llenas de pequeños matorrales, agujeros y cagadas de vaca, casi todo el rato caminando y tirando de la bici.
Madre mía, qué desesperación.
Subía una colina con la esperanza de que al otro lado ya viera la cima del Marie Blanque, o por lo menos un camino o sendero que me dejara ir todo el raro subido en la bici, y lo que aparecía ante mis ojos era otra colina más, de las mismas características.
Ya me estaba acordando de toda la familia del hombre aquel que me había dicho de ir por ahí. Luego quedé convencido de que, o aquel hombre no se había enterado de a dónde quería ir yo, o peor aún, que sí se había enterado y me había mandado por allí a cosa hecha.
De vez en cuando miraba el gps, para comprobar si iba en buena dirección, y estaba claro que no. Pero ya me daba igual, yo quería llegar allí como fuera.
Ya me doy cuenta, mirando el mapa, que en realidad lo que estoy haciendo es dar una vuelta súper tonta. Y finalmente, ¡nooooo!... acabo apareciendo en el mismo valle y en la misma bifurcación del mismo camino que había dejado atrás media hora antes. Qué desastre.
En ese momento, viendo que el camino que yo tenía que seguir se perdía a lo lejos, viendo en el gps que aún me quedaban cuatro o cinco kilómetros, viendo la hora qué era, y sabiendo por los comentarios del que colgó la ruta que miré en el Wikiloc que los últimos dos o tres kilómetros hasta mi destino debían ser en plan trialera de bajada, ya di por perdida toda esperanza de llegar a tiempo de darle a Carlos la sorpresa.
Y es que a esas horas, y según mis cálculos, Carlos ya habría pasado por el Col de Marie Blanque por lo menos hacía una hora. Realmente no lo sabía, porque aunque él siempre me enviaba un enlace para poder seguir su ruta y ubicación en tiempo real, como no tenía cobertura telefónica tampoco podía seguirlo.
Pero ya daba igual. Era imposible que consiguiera llegar hasta allí. Estaba totalmente derrotado. Física, y psicológicamente.
Ya por fin acepté que me era imposible físicamente conseguir mi objetivo y me bajé de la bici dando por perdida cualquier esperanza de llegar al tan nombrado Col de Marie Blanque.
Como puse en Instagram, “Derrotado, frustrado, agotado, abatido. Tuve que aceptar la cruda realidad y darme la vuelta, totalmente desanimado por haber fracasado.”
Ahora, visto con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta de que lo que intenté fue una auténtica barbaridad.
Mi estado de forma en aquella época no era el idóneo precisamente. No estaba mal tampoco, pero llevaba tres semanas sin subirme a la bici, no había dormido nada en las anteriores 24 horas, me había pegado la paliza del viaje de madrugada, había empezado la ruta nervioso y con los problemas “logísticos” antes explicados…
Y pretendí hacer una subida de 15 kilómetros y 1000 metros de desnivel acumulado en una hora y media. Así subí, y así acabé. Ahora me río, pero en el momento me sentó fatal.
Después de hacer unas cuantas fotos, que el sitio donde me quedé tirado era chulísimo, y de grabar unos vídeos que pretendía hacerle llegar a Carlos y que nunca le enseñé, y beber y comer algo, ya me volví a subir a la bici e inicié el camino de vuelta.
Ahora ya casi todo era de bajada, y simplemente dejándome llevar por la pendiente, sin dar pedales y desganado, acabé llegando al coche.
Ya más tarde, una vez cambiado de ropa y con la bici ya guardada, me puse en contacto con la familia (mi cuñado había podido solucionar el problema del roaming, que ya les vale a la compañía telefónica), y me dirigí al hotelillo en el que había reservado habitación para pasar la noche.
Luego fui a visitar a los amigos que tengo por allí y pasé la tarde con ellos.
Y a las once de la noche caí rendido en la cama, y dormí del tirón hasta la mañana siguiente. No me extraña.
Acabé el fin de semana visitando Pau por la mañana, y luego, en el viaje de vuelta me subí (en coche) el Marie Blanque, el Aubisque, el Portalet por el lado francés, y Hoz de Jaca, puertos éstos, menos el Aubisque, que se subían en la carrera. Espectaculares todos.
Fue un fin de semana completo, y aunque realmente llegué abatido anímicamente, la verdad es que la experiencia no puedo negar que fue extraordinaria.
Y como he dicho al principio de la crónica, es una experiencia de esas que te sirven para reflexionar sobre ti mismo y replantearte algunas cosas.
Y qué mal me supo al día siguiente publicar en Instagram mi aventura y que Carlos se enterara. Porque además de que estoy seguro de que a él también le supo mal que yo quisiera haberle dado la sorpresa y no lo consiguiera, lo que yo no quería era chafarle la emoción y la alegría que tenía por haber conseguido hacer la Quebrantahuesos.
Y luego, cuando nos viéramos por la tarde en el trabajo, lo que yo no quería era desviar la atención hacia lo que yo había intentado, en lugar de que ésta recayera en lo que él había conseguido, que era finalizar esa marcha tan exigente para la que tanto se había preparado. Realmente era merecedor de todo mi reconocimiento y alabanzas.
Y es que todo habría sido diferente si hubiera llegado a tiempo y nos hubiéramos encontrado en plena cima del Col de Marie Blanque.
Pero claro, no fue así. Y tenía que explicarlo.
Sin los problemas "logísticos" lo habría conseguido |
Por allí había subido |
Esta zona era menos exigente, pero ya iba hecho polvo |
Por aquel camino hice mi último intento a la desesperada |
La zona era guapísima |
Ellas sí que estaban a gusto |
Hacia allí tenía que haber seguido... |
... pero desistí |
Eso sí, hice lo que pude |
Pues nada, esa fue mi aventura en el Marie Blanque.
Las cosas como son, quedé muy tocado de aquel día. También es verdad que me siento orgulloso de lo que intenté hacer, que tampoco era ninguna machada, pero que con las complicaciones que tuve habría sido toda una proeza conseguirlo.
Y como he comentado al principio, también me sirvió para reflexionar y ver algunas cosas sobre mí mismo desde otro punto de vista.
Pero bueno, eso es otra historia.