Sin metas pero con objetivos, sigo disfrutando de las bicis y de otras actividades. Intento aprender continuamente para mejorar como persona, física y mentalmente. Este blog sigue siendo una especie de diario personal en cuanto a lo ciclístico, pero va siendo hora de ir añadiéndole algunas cosas más que también captan mi atención...

martes, 21 de diciembre de 2010

ESCAPANDO DE LA PERRERÍA


Ayer lunes por fin conseguí romper el maleficio del frío. Desde la salida que hice con los compañeros de trabajo el último sábado de noviembre, no había vuelto a salir con la bici. 23 días sin tocarla.

Entre pequeños catarros, cambio de horarios en el trabajo, y la llegada definitiva del frío, no había “encontrado el momento” de salir un rato, y había entrado en ese estado de apatía peligroso, por el cual no cogía la bici excusándome en que hacía frío, y en que no tenía "obligación" de salir. Ya ves tú.

Hoy era el tercer día consecutivo levantándome y viendo que hacía un sol espléndido. Perfecto para no salir con la bici y luego echármelo en cara. Y es que ya llevaba así varios días. Que si hace frío, que si en un par de horas se irá el sol, que si hay muchos días para salir, que si ya saldré cuando tenga más ganas…

De esta manera entras en una mala dinámica de la que es difícil escapar. Y la verdad es que tenía ganas de salir aunque fuera un ratillo, y que por lo menos me diera el aire. Cuando llevo unos días sin hacer ejercicio empiezo a estar “intranquilo”.

Así que, aunque la hora de salida no iba a ser la más adecuada, le he puesto ganas y a eso de las doce del mediodía (un poco más y salgo de noche) me había preparado y he salido a la calle. Eso sí, he tenido que hacer un poco de trampa mental, y he metido la bici en el coche para acercarme sin esfuerzo a la zona por la que quería investigar unos caminillos que tenía vistos en el güikiloc, y que me servirían para enlazar otros que ya conozco.

He ido en coche hasta La Creu Aregall, más que nada para no perder esos tres cuartos de hora que habría tardado en llegar allí por montaña. Y también porque después de tantos días sin pedalear, no me apetecía salir con prisas y teniendo que hacer esa subida, que no quería gastar las pocas fuerzas que tuviera ya en la primera hora de ruta. Aunque luego, ya de vuelta, he pensado que no habría pasado nada si hubiera dejado el coche en casa. Pero tampoco ha sido mala idea llevármelo.

Desde La Creu lo primero que he hecho ha sido intentar encontrar, sin éxito, un senderillo que supuestamente uniría el Camí Ral con la carretera. Primera decepción del día. Parece que el senderillo ha desaparecido. Bueno, pues a otra cosa.

Cruzo la carretera e inicio el camino que bordea la masía de Can Planes y supuestamente sube hasta un poco antes del sedero que lleva a la Roca Foradada. Segunda decepción del día, estaba cortado a pocos metros de empezar. Un gran tapón de tierra, ramas, hierbajos, algún tronco, y un trozo de alambrada impedían totalmente el avance, por lo menos con la bici. He estado un rato allí mirando de qué manera se podría atravesar la “presa” (que es lo que parecía), y finalmente he decidido dar la vuelta e intentar hacer el camino desde el extremo opuesto.

Así que me he metido en la urbanización y he ido en dirección a la Roca Foradada, para coger el camino desde ese lado. Empiezo por descubrir una bifurcación que llega hasta otra calle de la urbanización, y que me servirá para acortar el camino de subida a la Roca en otras ocasiones. Bueno, algo positivo de momento.

Vuelvo hacia atrás para continuar con el camino que estaba investigando, y un tramo después, justo llegando a las inmediaciones de la masía, pedazo de valla cortando el camino. Mi gozo en un pozo. Me bajo a observar la situación, y veo que sólo un poco más adelante estaba la continuación del camino que me llevaría hasta la “presa” de antes. Qué lástima, porque era un camino muy chulo de hacer, a parte de que me habría servido para subir a la Roca sin tener que entrar en la urbanización.

Está claro que el camino está dentro de los límites de la propiedad de la masía, y los dueños de ésta han decidido (o decidieron en su momento), que por allí no iba a pasar ningún vehículo motorizado más. Porque estoy seguro que estos cortes de caminos en esta y otras zonas de las montañas, suelen ser siempre porque los propietarios de esos terrenos se han cansado de que pasen por allí todo-terrenos, quads, motos, y quién sabe si también bicis, e incluso gente andando.

En fin, que es una pena. Vas por la montaña, por un camino que tiene su encanto, que te permite ir de una parte de la montaña a otra, o acceder a algún paraje digno de visitar, y de repente te encuentras con que el camino lo han cortado con troncos, con rocas, con vallas…

Bueno, después de lamentar unos instantes la situación encontrada, ya me di la vuelta y me acerqué a disfrutar de las vistas que hay desde la Roca Foradada, que precisamente está también dentro de los terrenos de esa propiedad, y a la que cualquier día también nos van a impedir el paso. Mientras no sea así habrá que seguir disfrutando de ese paraje tan espectacular.

Después de unos minutos allí parado continué con el plan de la jornada, que ahora era seguir un camino que teóricamente me llevaría desde allí arriba (el Collet de Can Canals) hasta Gelida, bajando por la parte de la montaña que hay al lado izquierdo de la carretera.

Un camino muy pedregoso y empinado, que rápidamente me imaginé incapaz de subirlo pedaleando, pues mi estado de forma y el estado del camino no lo iban a permitir. Pensé que tampoco pasaría nada si tenía que caminar algún tramo, pero según iba bajando me di cuenta de que iban a ser muchos los tramos, así que ya decidí que volvería por carretera.

Al menos este camino no estaba cortado en ningún punto, y pude hacerlo completamente, justo hasta donde tenía previsto, un poco antes de llegar a la altura de la Creu de Rocassagna. Desde allí tenía dos opciones: una era salir ya a la carretera y volver hacia La Creu, y la otra era intentar llegar hasta Gelida, en la zona del Serralet.

Decidí primero asomarme a la carretera, para confirmar que estaba en el sitio correcto, y luego ya intenté llegar a Gelida, cosa que conseguí a medias. El camino se acababa volviendo no ciclable, aunque en un apuro permitiría entrar en el pueblo, aún a costa de pegar algún salto con la bici a cuestas.

Una vez visto lo visto, ya me di la vuelta y salí a la carretera, para subir por ella hasta La Creu Aregall. Me pegué una subida como hacía mucho tiempo que no recordaba haber hecho. Siempre con un ritmo de pedaleo alto, y más fresco de lo que me esperaba, subí hasta la Creu a una velocidad muy aceptable. Eso sí, con las pulsaciones por las nubes, que es lo que pasa cuando llevas tantos días sin coger la bici. 194 llegó a marcar el pulsómetro en el último tramo ya llegando al puerto, que me gusta hacer de pie sobre la bici. La verdad es que disfruté mucho haciendo esta subida por carretera.

Ya en la Creu, aunque la intención era estirar las piernas unos minutos y marchar para casa, pensé que ya que estaba, podía seguir hasta la cruz. Así que fuí hasta allí, y luego aún me entretuve, en el Pla dels Voluntaris, siguiendo un sendero que me quedé con ganas de investigar el día que estuve por allí con los compañeros de trabajo. Hice bien, porque es un sendero que va a parar al camino que viene desde la zona de Castellví de Rossanes, y que me vendrá muy bien para futuras salidas.

Una vez se acabó el sendero, en lugar de volver a subir por la carretera ese escaso kilómetro que quedaría hasta el puerto, volví hacia atrás por el mismo sendero. Ahí ya iba yo un poco tocado y tuve que caminar algunos tramillos. De ahí al coche, guardar la bici, estiramientos obligatorios, y para casa.

23 kilómetros y 820 metros de ascensión, en casi 2 horas y media de pedaleo y un poco menos de una hora de paradas


En resumen, una salida muy corta en kilometraje, pero muy satisfactoria por el hecho de haber roto tres semanas de inactividad. Y aunque algunos de los caminos que quería hacer estaban cortados o no existen, sí que descubrí un par de ellos que me permitirán ampliar el abanico de posibles trayectos en otras salidas.

Además era la primera salida que hago llevando un mapa decente en el gps. Ahora ya se ve algo más en la pantalla, que antes sólo se veía la línea de lo que yo iba haciendo. La verdad es que es una gran ventaja llevar un buen mapa, pues tienes siempre la posibilidad de comprobar hacia dónde va el camino que estás siguiendo, o incluso buscar una alternativa diferente. Eso sí, he comprobado que algunos de los senderos que salen en el mapa no existen en la realidad (han desaparecido por culpa de la vegetación, por ejemplo), y que, en cambio, sí existen otros que no salen en el mapa.

Me sirvió también para quitarme ese miedo al frío que había cogido por culpa de no salir en tantos días. Que sí, que hace frío, pero es lo que toca en estas fechas, y es soportable. Pero es que a mí me gusta más el calorcito.

Y por  último, no me encontré tan mal como me esperaba. Aunque para lo que hice tampoco hay que estar muy bien, ¡jajajajajajá!


Bruno

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA RUTA DE LOS CURRELAS


Este sábado pasado salimos varios compañeros de curro a hacer esa rutilla conjunta de la que hacía tantísimo tiempo que hablábamos. Nos ha costado, pero al final la hemos hecho.

La idea era pasar la mañana juntos, rodando por caminos y senderos, sin más preocupación que el conseguir pasar una mañana de sábado divertida, y que sirviera como primer paso para seguir haciendo salidas juntos, con la asiduidad que los quehaceres y obligaciones particulares de cada uno nos permitan.

Aunque estas salidas de las que se habla durante tanto tiempo, acaban por no salir nunca de la manera que se habían planeado.
Ni vamos todos los que en un principio habíamos quedado, ni se hace la ruta como se había ideado, ni acaban cumpliéndose los horarios previstos...

Tampoco son cosas que importen demasiado si la sensación final es de satisfacción por haber pasado un buen rato con los compañeros, y de haber disfrutado del placer de pedalear juntos por la montaña.

Como cada uno de nosotros vive en pueblos diferentes, habíamos quedado en encontrarnos en el que realmente sería el punto de inicio de la ruta, la urbanización El Taió, al lado de Castellví de Rosanes. Hasta allí iríamos directamente Javi y yo, mientras que Ángel, Juan, Carlos y Xavi quedarían en el Pont del Diable en Martorell, para luego ir a nuestro encuentro en El Taió.

La hora acordada, las nueve menos cuarto de la mañana. Prudencial, teniendo en cuenta que algunos de nosotros teníamos cerca de una hora de camino hasta el punto de encuentro, y que tampoco se trataba de salir de casa aún de noche, y con una temperatura que se preveía podía ser bajo cero.

Yo salí de casa a las ocho menos cuarto, bien abrigado y esperando no pasar mucho frío en esos primeros 15 kilómetros que tenía de camino hasta El Taió. Nada más empezar a pedalear, al pasar por la farmacia que tengo cerca de casa intenté ver qué temperatura marcaba en el panel electrónico, pero de tanta publicidad que anunciaban sobre los productos y tratamientos que ofrecen, me fue imposible llegar a ver a cuántos grados estábamos. Frío hacía, aunque menos del que me esperaba. Rondaríamos los 3ºC.

Salí por carretera en dirección al puerto de La Creu Aregall, primera dificultad del día, sin haber calentado nada, y con un poco de prisa por pensar que iba justo de tiempo. Intenté no forzar nada el pedaleo, que los tendones ya me tienen avisado de que en esas circunstancias de ambiente frío y nulo calentamiento muscular, lo mejor es que me lo tome con calma durante unos cuantos minutos. Y si ya empiezo subiendo, con más motivo.

Con plato pequeño y tercer o cuarto piñón, como no recuerdo haber subido nunca (bueno, casi nunca, jejé), fui tirando hacia La Creu.
Ya a media subida, viendo que se me iba a hacer eterno, resolví cambiar a plato mediano, aún “arriesgándome” a sufrir a posteriori algún dolor tendinoso.

Una vez arriba del puerto me preparé (mentalmente) para pasar frío durante la bajada hasta Gelida, pues ese lado de la montaña es mucho más "gélido", y no toca el sol hasta bien entrada la mañana.
Por suerte, parece que el calor que había acumulado en la subida me hizo aguantar bien la fría temperatura que había de bajada, aunque en varios tramos fui dando pedales para evitar que las piernas se enfriaran en exceso. La cara era caso aparte.

Curiosamente, fue ya de camino hacia El Taió cuando realmente empecé a coger frío. De tal manera que cuando llegué allí empezaba a tener los pies y las manos bastante doloridos. Llegué 5 minutos después de la hora prevista, y como suponía, Javi estaba ya esperándome. Con las zapatillas sacadas, moviendo los dedos de sus pies para que se calentaran un poco.

Intentando entrar en calor, aún nos toco esperar casi un cuarto de hora más a que llegara el resto del grupo. Mientras, aproveché para deshinchar los neumáticos, que para el trayecto de carretera los había llevado muy altos de presión, y ahora tocaría hacer caminos para los que sería mejor llevarlos bastante más bajos.

Cuando por fin aparecieron nos contaron que Carlos había pinchado justo al llegar al Pont del Diable (vaya racha lleva), y que por eso se habían retrasado. Tampoco importó, pues mientras esperábamos pudimos quitarnos de encima algo de frío.

Empezamos la ruta conjunta subiendo por el Camí de la Masia del Castell de Sant Jaume. Ya de buenas a primeras, echándonos las primeras risas de la mañana, no recuerdo realmente el motivo, pero sería por cualquier comentario que hiciéramos alguno de nosotros. Esa sería la tónica de toda la ruta, risas y bromas que hicieron que el ambiente fuera realmente distendido y alegre.

En ese primer tramo del recorrido teníamos todos bastante frío.
Es una zona muy húmeda, así que fuimos con pies y manos medio congelados durante un buen rato. Suerte que el camino tiraba para arriba y el cuerpo pudo entrar rápidamente en calor. A eso también ayudó el ritmo “alegre” que impuso Ángel desde un buen principio. Era él, en esta parte de la ruta, el que se conocía mejor el terreno, y el que mandaba sobre el itinerario a seguir.

Después de un buen tramo de subida en el cada uno fue cogiendo el ritmo que mejor le iba, con constantes cambios de posición entre nosotros (qué frescos estábamos aún, jajajá), pasamos a encadenar una serie de bajadas y subidas más o menos cortas, dejando atrás el camino que lleva a la masía, a los pies del Turó del Castell.
A ver si algún día me decido a intentar subir a visitarlo, pero me parece que con la bici no se puede llegar hasta arriba. Habrá que probar, que hace ya varios años que lo tengo en mente.

Pasada la Plana de Sant Jaume continuamos por el Camí de la Mina, bordeando la Serra de l’Ataix, en un tramo con algunos pequeños repechillos que superar. Aquí ya me lo empecé a tomar con más calma, que los otros iban muy fuertes. Pasamos de largo la “Casa de la mina de plom”, de las antiguas minas de plomo de La Martorellense, y poco después paramos a hacer reagrupamiento.

Comentarios sobre lo chulos que eran los caminos por los que habíamos rodado, algunas bromas, risas, y ya que estábamos, unas pocas fotos, malas, que hizo el único que se molestó en andar sacando y guardando la cámara (yo, claro, ¡jajajajá!).

Vaya grupo: Juan, Javi, Ángel, Carlos, Xavi, y yo

Juan, "flipando" con el minúsculo sillín de mi bici


Minutos después continuamos con la ruta, pasando cerca de las ruinas del Castell de Rosanes (o del Peiret), que tampoco nos dignamos en ir a ver (vaya tela, a ver si un día hago yo una salida turística y me dedico a visitar las ruinas del Castell de Sant Jaume, las de las minas de plomo, y las del Castell de Rosanes, que seguro que vale la pena), y a partir de aquí empezaríamos una bajada más o menos contínua, de un par de kilómetros, que nos llevaría a cruzar la urbanización Can Sunyer del Palau

Nada más salir de la urbanización nos toca subir por una cuesta de mucha pendiente, y aprovechando que me había adelantado a los demás al pasar un tramo lleno de ramas podadas sin bajarme de la bici (menos mal que no pinché, ¡qué mal habría quedado!) subo un poco el ritmo y me paro a hacerles unas fotos a los compañeros.

Detrás mío se acabó formando una pequeña estampida, ya que según se fueron subiendo a sus respectivas monturas salieron todos a “mi caza”. Pero si yo sólo quería coger unos segundos de margen para hacer unas fotillos...

No me dio tiempo de nada, venía Javi pegado a mí

Carlos y Juan a la caza de Javi. Tras ellos Xavi, dándolo todo, y a lo lejos, Ángel

Aquí ya empezaba a estar claro que los piques entre nosotros, sobretodo entre algunos, iban a salir a escena (jajajá, siempre de buen rollo).

La subida tenía miga

¡Venga Xavi!

Ángel venía a su ritmo (y bien que hacía)


Entre que esperé a que pasaran todos, que guardé la cámara, y porqué no decirlo, que aproveché para hacer un río (jejejé), ya me quedé descolgado. No importaba porque llevaba la ruta prevista en el gps, pero aún así, un poco más adelante se habían parado a esperarme.

Después de un pequeño descanso en forma de falso llano, y de haber subido algo más de un kilómetro, llegamos a una zona llana en la que me vuelvo a parar a intentar sacar alguna foto digna de mención.
El sitio así lo exigía, pues hay un sendero muy guapo que lleva a un pequeño cerro, el Turó de El Pi Tallat, y al que otro día me asomaré (es lo que tiene esto de ir acompañado e intentando hacer una ruta y un horario previstos).


Carlos, a punto de adentrarse en el sendero

Otro día hay que investigarlo

Pudo haber sido una buena foto. Lástima de fotógrafo

¡Qué salga yo en alguna!


Estamos en el Serral de les Ànimes, y seguimos adelante hasta llegar a la carretera que va de Sant Andreu de la Barca a Corbera, y de la que enseguida nos saldremos para hacer una pequeña “trialera” (así la llamó alguien...) y continuar por un camino que discurre, ahora en el llamado Serrat del Vent, entre la carretera y “Can Mitjans”.

Es un camino que rodea el “Turó de les Oliveres”, y que nos lleva otra vez a la carretera, justo en el principio del Camí de Can Xandri, gran subida que bordea la urbanización de Can Coll, y sube hacia la masía de Can Xandri, y que en una distancia de 1500 metros salva un desnivel de 150. Es una subida para tomársela con calma, por las propias características de la cuesta, y porque aunque no llevábamos muchos kilómetros pedaleados, el desnivel acumulado ya era remarcable.

A estas alturas del recorrido Xavi iba ya realmente tocado (y casi casi, hundido, ¡jajajá!), y es que después de 6 semanas sin hacer nada de ejercicio (salía de una tendinitis en la rodilla), bastante tuvo con aguantar medianamente bien hasta allí. Me descolgué para acompañarle en su sufrimiento, mientras le iba explicando si aquellas casas que se veían en el valle eran tal o cuál pueblo, o si aquella montaña lejana era el final previsto de nuestra ruta.

Incluso hicimos unos metros a pie para que recuperara el resuello, y mientras, fuimos sopesando la posibilidad de que se volviera hacia atrás o siguiera un poco más para así poder hacer un recorrido de vuelta más asequible.

Una vez llegamos arriba, donde nos esperaba el resto del grupillo, Ángel, que se conocía la zona, le dio las indicaciones necesarias para ir por un camino que le permitiría atajar hasta Martorell, y de ahí volver a casa antes de que se desfondara del todo.

Unos minutos más tarde nos despedimos de él, después de asegurarnos de que nos llamara al llegar a casa (o si se quedaba a medio camino), y el resto continuamos con la ruta, que ya nos quedaba menos para llegar al “punto intermedio” de ésta.

“Investigamos” un trozo de un camino que no era el correcto, y seguimos subiendo, por un terreno de tierra roja que exigía un buen esfuerzo, hasta entrar en la urbanización La Creu Aregall, por donde callejeamos un poco para subir hasta la cruz del mismo nombre.

En el último tramo, Ángel y yo hicimos un poco de trampa y atajamos campo a través para conseguir llegar a la cruz antes que los otros, aunque a lo mejor habría sido menos costoso haber seguido por las calles asfaltadas... Buffff, vaya subidita empujando la bici.
Además, tuve que hacer un pequeño sprint final contra Javi, que al verme aparecer “de la nada” se resistió a que llegara yo primero.

Parada de rigor para descansar, comer algo, admirar las vistas, comentar cómo había ido la ruta, hacer las típicas bromas de rigor, y hacer algunas fotos.

Tonterías, ¿las justas?

Pues va a ser que no...

No fue mi mejor día como fotógrafo...


El plan del día era hacer una ruta en dos partes. La primera era desde El Taió hasta La Creu Aregall, con Ángel como “jefe de ruta”, y la segunda parte la dirigiría yo, haciendo un recorrido que consistiría en bajar hacia Corbera por algunos de esos senderos que he descubierto últimamente, y luego volver a subir a La Creu, desde donde, ya sí, cada uno se iría a su pueblo.

Javi, Juan y Ángel pensaron que ya era tarde, y que ya tenían bastante, y decidieron volver hacia sus respectivos hogares, pues las obligaciones familiares así lo exigían. Carlos y yo decidimos hacer aún unos pocos kilómetros más, siguiendo con parte de la ruta que yo tenía previsto hacer con todos si hubieran dispuesto de más tiempo.

Así que tras veinte minutos allí parados, marchamos todos en dirección a la carretera que lleva a Gelida, aprovechando para bajar hasta ella por un sendero que tenía yo "medio visto", y que resultó estar algo embarrado, por lo que las bicis, que hasta el momento habían aguantado impolutas, acabaron por embarrarse “ligeramente”.

Después de esa última gracia, ya nos despedimos, y Carlos y yo encaramos otra vez hacia la urbanización, desde donde nos dirigimos al mirador de la Roca Foradada, en el que él no había estado nunca. Había allí unos jovenes excursionistas que se maravillaron durante un ratillo con las suspensiones de nuestras bicis, y es que, realmente, las bicicletas de hoy en día son espectaculares.

Una vez hecha la visita turística seguimos con nuestro camino, ahora ya, menos un par de repechillos, de bajada continua hasta las afueras de Corbera. Unos 4 kilómetros seguidos de senderos, alguna trialera, y algún tramo de campo a través, que a mayor satisfacción mía, parecieron gustarle bastante a Carlos.

Como él tampoco quería llegar muy tarde a casa, dejamos para otro día la posibilidad de hacer un recorrido más largo, y haciendo todavía algún tramo más de senderos, encaramos en dirección a la salida del pueblo.

Bajamos paralelos a la carretera por un camino que exige cruzar la riera Rafamans por dos veces, y que lleva hasta La Palma de Cervelló, donde paramos a coger agua en la Font del Marge.
Desde allí seguimos por el camino del cementerio hasta el polígono industrial Molí dels Frares, para acabar así la ruta conjunta.

Durante toda la bajada desde La Creu Aregall, mi bici había ido haciendo un ruido de cojinetes que yo creía que era del pedalier.
Es un ruido que había ido apareciendo esporádicamente a lo largo de las últimas semanas, y que siempre que se daba iba en bajada y sin pedalear. Cuando pedaleaba se quitaba y no volvía a aparecer hasta pasado un rato, o un tiempo.

Pero en esa última hora se había hecho casi continuo, y llegando a la gasolinera del polígono Carlos se dio cuenta de que al oirse el ruido, el cassete vibraba, e incluso la cadena se enganchaba un poco.
Así que no podía ser del pedalier, tenía que ser del núcleo de los piñones.

Echándole un vistazo me doy cuenta de que el cable del cambio trasero está casi completamente deshilachado, y de que se aguanta sólo por un par de hilos. Vaaaaya teeeeeeela, si aún me quedan unos 8 kilómetros de subida hasta Corbera...

Levanto la rueda trasera y pongo un desarrollo que me permita volver a casa sin tener que cambiarlo, pues de hacerlo, fácilmente se acabaría de romper el cable. Así que con cuidado engrano la cadena en el segundo piñón y espero que me aguante hasta casa. Ya nos despedimos, deseándonos un buen regreso (a él aún le quedan unos kilómetros por el río), y marchamos de allí en direcciones opuestas.

Pensé en hacer toda la vuelta por carretera, pero como el tramo hasta La Palma es bastante llano, no me pareció buena idea ir por allí con ese desarrollo tan corto, que me iba a impedir coger velocidad. Así que volví por donde habíamos venido, por el camino del cementerio. Tranquilamente fui rehaciendo el camino hasta llegar a La Palma, donde ya decidí meterme en la carretera para poder rodar con más comodidad.

Enseguida que entré en el pueblo vi que la velocidad que podía alcanzar con ese desarrollo era muy baja, así que me arriesgué y bajé un piñón. El riesgo no era bajar el piñón, que difícilmente se iba a romper el cable, el riesgo era que luego fuera mal de piernas y quisiera volver a subirlo.

Con ese desarrollo fui tirando, pero en los tramos más llanos me faltaba velocidad, así que se me ocurrió poner el plato grande aunque la cadena fuera muy cruzada. Bueno, al menos durante unos cientos de metros pude incrementar el ritmo. En fin, que sin mayores problemas acabé llegando a casa, ¡que parece que esté contando una epopeya, y no fue para tanto!

Finalmente acabé haciendo un total de 60 kilómetros, con 1750 metros de desnivel positivo acumulado, en 7 horas de ruta, y poco más de 5 de pedaleo. No está mal para haber sido una salida de “cachondeo”, ¡jajajajajá!

Sencillo pero "cargante"


En definitiva, una mañana divertida, pasando buenos ratos con los compañeros, y disfrutando de la bici y de la montaña, que es de lo que realmente se trataba. Cada uno a su ritmo, unos mejor que otros, yo bastante clavado en las subidas, todo hay que decirlo, con bastantes piques entre Carlos, Javi y Juan, y con ganas de repetir más adelante otra salida de estas.

Sólo lamentar la ausencia de nuestro compañero Ramón, que por causas familiares graves no pudo venir con nosotros.
Muchos ánimos desde aquí para él y su familia.


Bruno