Sin metas pero con objetivos, sigo disfrutando de las bicis y de otras actividades. Intento aprender continuamente para mejorar como persona, física y mentalmente. Este blog sigue siendo una especie de diario personal en cuanto a lo ciclístico, pero va siendo hora de ir añadiéndole algunas cosas más que también captan mi atención...

martes, 21 de diciembre de 2010

ESCAPANDO DE LA PERRERÍA


Ayer lunes por fin conseguí romper el maleficio del frío. Desde la salida que hice con los compañeros de trabajo el último sábado de noviembre, no había vuelto a salir con la bici. 23 días sin tocarla.

Entre pequeños catarros, cambio de horarios en el trabajo, y la llegada definitiva del frío, no había “encontrado el momento” de salir un rato, y había entrado en ese estado de apatía peligroso, por el cual no cogía la bici excusándome en que hacía frío, y en que no tenía "obligación" de salir. Ya ves tú.

Hoy era el tercer día consecutivo levantándome y viendo que hacía un sol espléndido. Perfecto para no salir con la bici y luego echármelo en cara. Y es que ya llevaba así varios días. Que si hace frío, que si en un par de horas se irá el sol, que si hay muchos días para salir, que si ya saldré cuando tenga más ganas…

De esta manera entras en una mala dinámica de la que es difícil escapar. Y la verdad es que tenía ganas de salir aunque fuera un ratillo, y que por lo menos me diera el aire. Cuando llevo unos días sin hacer ejercicio empiezo a estar “intranquilo”.

Así que, aunque la hora de salida no iba a ser la más adecuada, le he puesto ganas y a eso de las doce del mediodía (un poco más y salgo de noche) me había preparado y he salido a la calle. Eso sí, he tenido que hacer un poco de trampa mental, y he metido la bici en el coche para acercarme sin esfuerzo a la zona por la que quería investigar unos caminillos que tenía vistos en el güikiloc, y que me servirían para enlazar otros que ya conozco.

He ido en coche hasta La Creu Aregall, más que nada para no perder esos tres cuartos de hora que habría tardado en llegar allí por montaña. Y también porque después de tantos días sin pedalear, no me apetecía salir con prisas y teniendo que hacer esa subida, que no quería gastar las pocas fuerzas que tuviera ya en la primera hora de ruta. Aunque luego, ya de vuelta, he pensado que no habría pasado nada si hubiera dejado el coche en casa. Pero tampoco ha sido mala idea llevármelo.

Desde La Creu lo primero que he hecho ha sido intentar encontrar, sin éxito, un senderillo que supuestamente uniría el Camí Ral con la carretera. Primera decepción del día. Parece que el senderillo ha desaparecido. Bueno, pues a otra cosa.

Cruzo la carretera e inicio el camino que bordea la masía de Can Planes y supuestamente sube hasta un poco antes del sedero que lleva a la Roca Foradada. Segunda decepción del día, estaba cortado a pocos metros de empezar. Un gran tapón de tierra, ramas, hierbajos, algún tronco, y un trozo de alambrada impedían totalmente el avance, por lo menos con la bici. He estado un rato allí mirando de qué manera se podría atravesar la “presa” (que es lo que parecía), y finalmente he decidido dar la vuelta e intentar hacer el camino desde el extremo opuesto.

Así que me he metido en la urbanización y he ido en dirección a la Roca Foradada, para coger el camino desde ese lado. Empiezo por descubrir una bifurcación que llega hasta otra calle de la urbanización, y que me servirá para acortar el camino de subida a la Roca en otras ocasiones. Bueno, algo positivo de momento.

Vuelvo hacia atrás para continuar con el camino que estaba investigando, y un tramo después, justo llegando a las inmediaciones de la masía, pedazo de valla cortando el camino. Mi gozo en un pozo. Me bajo a observar la situación, y veo que sólo un poco más adelante estaba la continuación del camino que me llevaría hasta la “presa” de antes. Qué lástima, porque era un camino muy chulo de hacer, a parte de que me habría servido para subir a la Roca sin tener que entrar en la urbanización.

Está claro que el camino está dentro de los límites de la propiedad de la masía, y los dueños de ésta han decidido (o decidieron en su momento), que por allí no iba a pasar ningún vehículo motorizado más. Porque estoy seguro que estos cortes de caminos en esta y otras zonas de las montañas, suelen ser siempre porque los propietarios de esos terrenos se han cansado de que pasen por allí todo-terrenos, quads, motos, y quién sabe si también bicis, e incluso gente andando.

En fin, que es una pena. Vas por la montaña, por un camino que tiene su encanto, que te permite ir de una parte de la montaña a otra, o acceder a algún paraje digno de visitar, y de repente te encuentras con que el camino lo han cortado con troncos, con rocas, con vallas…

Bueno, después de lamentar unos instantes la situación encontrada, ya me di la vuelta y me acerqué a disfrutar de las vistas que hay desde la Roca Foradada, que precisamente está también dentro de los terrenos de esa propiedad, y a la que cualquier día también nos van a impedir el paso. Mientras no sea así habrá que seguir disfrutando de ese paraje tan espectacular.

Después de unos minutos allí parado continué con el plan de la jornada, que ahora era seguir un camino que teóricamente me llevaría desde allí arriba (el Collet de Can Canals) hasta Gelida, bajando por la parte de la montaña que hay al lado izquierdo de la carretera.

Un camino muy pedregoso y empinado, que rápidamente me imaginé incapaz de subirlo pedaleando, pues mi estado de forma y el estado del camino no lo iban a permitir. Pensé que tampoco pasaría nada si tenía que caminar algún tramo, pero según iba bajando me di cuenta de que iban a ser muchos los tramos, así que ya decidí que volvería por carretera.

Al menos este camino no estaba cortado en ningún punto, y pude hacerlo completamente, justo hasta donde tenía previsto, un poco antes de llegar a la altura de la Creu de Rocassagna. Desde allí tenía dos opciones: una era salir ya a la carretera y volver hacia La Creu, y la otra era intentar llegar hasta Gelida, en la zona del Serralet.

Decidí primero asomarme a la carretera, para confirmar que estaba en el sitio correcto, y luego ya intenté llegar a Gelida, cosa que conseguí a medias. El camino se acababa volviendo no ciclable, aunque en un apuro permitiría entrar en el pueblo, aún a costa de pegar algún salto con la bici a cuestas.

Una vez visto lo visto, ya me di la vuelta y salí a la carretera, para subir por ella hasta La Creu Aregall. Me pegué una subida como hacía mucho tiempo que no recordaba haber hecho. Siempre con un ritmo de pedaleo alto, y más fresco de lo que me esperaba, subí hasta la Creu a una velocidad muy aceptable. Eso sí, con las pulsaciones por las nubes, que es lo que pasa cuando llevas tantos días sin coger la bici. 194 llegó a marcar el pulsómetro en el último tramo ya llegando al puerto, que me gusta hacer de pie sobre la bici. La verdad es que disfruté mucho haciendo esta subida por carretera.

Ya en la Creu, aunque la intención era estirar las piernas unos minutos y marchar para casa, pensé que ya que estaba, podía seguir hasta la cruz. Así que fuí hasta allí, y luego aún me entretuve, en el Pla dels Voluntaris, siguiendo un sendero que me quedé con ganas de investigar el día que estuve por allí con los compañeros de trabajo. Hice bien, porque es un sendero que va a parar al camino que viene desde la zona de Castellví de Rossanes, y que me vendrá muy bien para futuras salidas.

Una vez se acabó el sendero, en lugar de volver a subir por la carretera ese escaso kilómetro que quedaría hasta el puerto, volví hacia atrás por el mismo sendero. Ahí ya iba yo un poco tocado y tuve que caminar algunos tramillos. De ahí al coche, guardar la bici, estiramientos obligatorios, y para casa.

23 kilómetros y 820 metros de ascensión, en casi 2 horas y media de pedaleo y un poco menos de una hora de paradas


En resumen, una salida muy corta en kilometraje, pero muy satisfactoria por el hecho de haber roto tres semanas de inactividad. Y aunque algunos de los caminos que quería hacer estaban cortados o no existen, sí que descubrí un par de ellos que me permitirán ampliar el abanico de posibles trayectos en otras salidas.

Además era la primera salida que hago llevando un mapa decente en el gps. Ahora ya se ve algo más en la pantalla, que antes sólo se veía la línea de lo que yo iba haciendo. La verdad es que es una gran ventaja llevar un buen mapa, pues tienes siempre la posibilidad de comprobar hacia dónde va el camino que estás siguiendo, o incluso buscar una alternativa diferente. Eso sí, he comprobado que algunos de los senderos que salen en el mapa no existen en la realidad (han desaparecido por culpa de la vegetación, por ejemplo), y que, en cambio, sí existen otros que no salen en el mapa.

Me sirvió también para quitarme ese miedo al frío que había cogido por culpa de no salir en tantos días. Que sí, que hace frío, pero es lo que toca en estas fechas, y es soportable. Pero es que a mí me gusta más el calorcito.

Y por  último, no me encontré tan mal como me esperaba. Aunque para lo que hice tampoco hay que estar muy bien, ¡jajajajajajá!


Bruno

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA RUTA DE LOS CURRELAS


Este sábado pasado salimos varios compañeros de curro a hacer esa rutilla conjunta de la que hacía tantísimo tiempo que hablábamos. Nos ha costado, pero al final la hemos hecho.

La idea era pasar la mañana juntos, rodando por caminos y senderos, sin más preocupación que el conseguir pasar una mañana de sábado divertida, y que sirviera como primer paso para seguir haciendo salidas juntos, con la asiduidad que los quehaceres y obligaciones particulares de cada uno nos permitan.

Aunque estas salidas de las que se habla durante tanto tiempo, acaban por no salir nunca de la manera que se habían planeado.
Ni vamos todos los que en un principio habíamos quedado, ni se hace la ruta como se había ideado, ni acaban cumpliéndose los horarios previstos...

Tampoco son cosas que importen demasiado si la sensación final es de satisfacción por haber pasado un buen rato con los compañeros, y de haber disfrutado del placer de pedalear juntos por la montaña.

Como cada uno de nosotros vive en pueblos diferentes, habíamos quedado en encontrarnos en el que realmente sería el punto de inicio de la ruta, la urbanización El Taió, al lado de Castellví de Rosanes. Hasta allí iríamos directamente Javi y yo, mientras que Ángel, Juan, Carlos y Xavi quedarían en el Pont del Diable en Martorell, para luego ir a nuestro encuentro en El Taió.

La hora acordada, las nueve menos cuarto de la mañana. Prudencial, teniendo en cuenta que algunos de nosotros teníamos cerca de una hora de camino hasta el punto de encuentro, y que tampoco se trataba de salir de casa aún de noche, y con una temperatura que se preveía podía ser bajo cero.

Yo salí de casa a las ocho menos cuarto, bien abrigado y esperando no pasar mucho frío en esos primeros 15 kilómetros que tenía de camino hasta El Taió. Nada más empezar a pedalear, al pasar por la farmacia que tengo cerca de casa intenté ver qué temperatura marcaba en el panel electrónico, pero de tanta publicidad que anunciaban sobre los productos y tratamientos que ofrecen, me fue imposible llegar a ver a cuántos grados estábamos. Frío hacía, aunque menos del que me esperaba. Rondaríamos los 3ºC.

Salí por carretera en dirección al puerto de La Creu Aregall, primera dificultad del día, sin haber calentado nada, y con un poco de prisa por pensar que iba justo de tiempo. Intenté no forzar nada el pedaleo, que los tendones ya me tienen avisado de que en esas circunstancias de ambiente frío y nulo calentamiento muscular, lo mejor es que me lo tome con calma durante unos cuantos minutos. Y si ya empiezo subiendo, con más motivo.

Con plato pequeño y tercer o cuarto piñón, como no recuerdo haber subido nunca (bueno, casi nunca, jejé), fui tirando hacia La Creu.
Ya a media subida, viendo que se me iba a hacer eterno, resolví cambiar a plato mediano, aún “arriesgándome” a sufrir a posteriori algún dolor tendinoso.

Una vez arriba del puerto me preparé (mentalmente) para pasar frío durante la bajada hasta Gelida, pues ese lado de la montaña es mucho más "gélido", y no toca el sol hasta bien entrada la mañana.
Por suerte, parece que el calor que había acumulado en la subida me hizo aguantar bien la fría temperatura que había de bajada, aunque en varios tramos fui dando pedales para evitar que las piernas se enfriaran en exceso. La cara era caso aparte.

Curiosamente, fue ya de camino hacia El Taió cuando realmente empecé a coger frío. De tal manera que cuando llegué allí empezaba a tener los pies y las manos bastante doloridos. Llegué 5 minutos después de la hora prevista, y como suponía, Javi estaba ya esperándome. Con las zapatillas sacadas, moviendo los dedos de sus pies para que se calentaran un poco.

Intentando entrar en calor, aún nos toco esperar casi un cuarto de hora más a que llegara el resto del grupo. Mientras, aproveché para deshinchar los neumáticos, que para el trayecto de carretera los había llevado muy altos de presión, y ahora tocaría hacer caminos para los que sería mejor llevarlos bastante más bajos.

Cuando por fin aparecieron nos contaron que Carlos había pinchado justo al llegar al Pont del Diable (vaya racha lleva), y que por eso se habían retrasado. Tampoco importó, pues mientras esperábamos pudimos quitarnos de encima algo de frío.

Empezamos la ruta conjunta subiendo por el Camí de la Masia del Castell de Sant Jaume. Ya de buenas a primeras, echándonos las primeras risas de la mañana, no recuerdo realmente el motivo, pero sería por cualquier comentario que hiciéramos alguno de nosotros. Esa sería la tónica de toda la ruta, risas y bromas que hicieron que el ambiente fuera realmente distendido y alegre.

En ese primer tramo del recorrido teníamos todos bastante frío.
Es una zona muy húmeda, así que fuimos con pies y manos medio congelados durante un buen rato. Suerte que el camino tiraba para arriba y el cuerpo pudo entrar rápidamente en calor. A eso también ayudó el ritmo “alegre” que impuso Ángel desde un buen principio. Era él, en esta parte de la ruta, el que se conocía mejor el terreno, y el que mandaba sobre el itinerario a seguir.

Después de un buen tramo de subida en el cada uno fue cogiendo el ritmo que mejor le iba, con constantes cambios de posición entre nosotros (qué frescos estábamos aún, jajajá), pasamos a encadenar una serie de bajadas y subidas más o menos cortas, dejando atrás el camino que lleva a la masía, a los pies del Turó del Castell.
A ver si algún día me decido a intentar subir a visitarlo, pero me parece que con la bici no se puede llegar hasta arriba. Habrá que probar, que hace ya varios años que lo tengo en mente.

Pasada la Plana de Sant Jaume continuamos por el Camí de la Mina, bordeando la Serra de l’Ataix, en un tramo con algunos pequeños repechillos que superar. Aquí ya me lo empecé a tomar con más calma, que los otros iban muy fuertes. Pasamos de largo la “Casa de la mina de plom”, de las antiguas minas de plomo de La Martorellense, y poco después paramos a hacer reagrupamiento.

Comentarios sobre lo chulos que eran los caminos por los que habíamos rodado, algunas bromas, risas, y ya que estábamos, unas pocas fotos, malas, que hizo el único que se molestó en andar sacando y guardando la cámara (yo, claro, ¡jajajajá!).

Vaya grupo: Juan, Javi, Ángel, Carlos, Xavi, y yo

Juan, "flipando" con el minúsculo sillín de mi bici


Minutos después continuamos con la ruta, pasando cerca de las ruinas del Castell de Rosanes (o del Peiret), que tampoco nos dignamos en ir a ver (vaya tela, a ver si un día hago yo una salida turística y me dedico a visitar las ruinas del Castell de Sant Jaume, las de las minas de plomo, y las del Castell de Rosanes, que seguro que vale la pena), y a partir de aquí empezaríamos una bajada más o menos contínua, de un par de kilómetros, que nos llevaría a cruzar la urbanización Can Sunyer del Palau

Nada más salir de la urbanización nos toca subir por una cuesta de mucha pendiente, y aprovechando que me había adelantado a los demás al pasar un tramo lleno de ramas podadas sin bajarme de la bici (menos mal que no pinché, ¡qué mal habría quedado!) subo un poco el ritmo y me paro a hacerles unas fotos a los compañeros.

Detrás mío se acabó formando una pequeña estampida, ya que según se fueron subiendo a sus respectivas monturas salieron todos a “mi caza”. Pero si yo sólo quería coger unos segundos de margen para hacer unas fotillos...

No me dio tiempo de nada, venía Javi pegado a mí

Carlos y Juan a la caza de Javi. Tras ellos Xavi, dándolo todo, y a lo lejos, Ángel

Aquí ya empezaba a estar claro que los piques entre nosotros, sobretodo entre algunos, iban a salir a escena (jajajá, siempre de buen rollo).

La subida tenía miga

¡Venga Xavi!

Ángel venía a su ritmo (y bien que hacía)


Entre que esperé a que pasaran todos, que guardé la cámara, y porqué no decirlo, que aproveché para hacer un río (jejejé), ya me quedé descolgado. No importaba porque llevaba la ruta prevista en el gps, pero aún así, un poco más adelante se habían parado a esperarme.

Después de un pequeño descanso en forma de falso llano, y de haber subido algo más de un kilómetro, llegamos a una zona llana en la que me vuelvo a parar a intentar sacar alguna foto digna de mención.
El sitio así lo exigía, pues hay un sendero muy guapo que lleva a un pequeño cerro, el Turó de El Pi Tallat, y al que otro día me asomaré (es lo que tiene esto de ir acompañado e intentando hacer una ruta y un horario previstos).


Carlos, a punto de adentrarse en el sendero

Otro día hay que investigarlo

Pudo haber sido una buena foto. Lástima de fotógrafo

¡Qué salga yo en alguna!


Estamos en el Serral de les Ànimes, y seguimos adelante hasta llegar a la carretera que va de Sant Andreu de la Barca a Corbera, y de la que enseguida nos saldremos para hacer una pequeña “trialera” (así la llamó alguien...) y continuar por un camino que discurre, ahora en el llamado Serrat del Vent, entre la carretera y “Can Mitjans”.

Es un camino que rodea el “Turó de les Oliveres”, y que nos lleva otra vez a la carretera, justo en el principio del Camí de Can Xandri, gran subida que bordea la urbanización de Can Coll, y sube hacia la masía de Can Xandri, y que en una distancia de 1500 metros salva un desnivel de 150. Es una subida para tomársela con calma, por las propias características de la cuesta, y porque aunque no llevábamos muchos kilómetros pedaleados, el desnivel acumulado ya era remarcable.

A estas alturas del recorrido Xavi iba ya realmente tocado (y casi casi, hundido, ¡jajajá!), y es que después de 6 semanas sin hacer nada de ejercicio (salía de una tendinitis en la rodilla), bastante tuvo con aguantar medianamente bien hasta allí. Me descolgué para acompañarle en su sufrimiento, mientras le iba explicando si aquellas casas que se veían en el valle eran tal o cuál pueblo, o si aquella montaña lejana era el final previsto de nuestra ruta.

Incluso hicimos unos metros a pie para que recuperara el resuello, y mientras, fuimos sopesando la posibilidad de que se volviera hacia atrás o siguiera un poco más para así poder hacer un recorrido de vuelta más asequible.

Una vez llegamos arriba, donde nos esperaba el resto del grupillo, Ángel, que se conocía la zona, le dio las indicaciones necesarias para ir por un camino que le permitiría atajar hasta Martorell, y de ahí volver a casa antes de que se desfondara del todo.

Unos minutos más tarde nos despedimos de él, después de asegurarnos de que nos llamara al llegar a casa (o si se quedaba a medio camino), y el resto continuamos con la ruta, que ya nos quedaba menos para llegar al “punto intermedio” de ésta.

“Investigamos” un trozo de un camino que no era el correcto, y seguimos subiendo, por un terreno de tierra roja que exigía un buen esfuerzo, hasta entrar en la urbanización La Creu Aregall, por donde callejeamos un poco para subir hasta la cruz del mismo nombre.

En el último tramo, Ángel y yo hicimos un poco de trampa y atajamos campo a través para conseguir llegar a la cruz antes que los otros, aunque a lo mejor habría sido menos costoso haber seguido por las calles asfaltadas... Buffff, vaya subidita empujando la bici.
Además, tuve que hacer un pequeño sprint final contra Javi, que al verme aparecer “de la nada” se resistió a que llegara yo primero.

Parada de rigor para descansar, comer algo, admirar las vistas, comentar cómo había ido la ruta, hacer las típicas bromas de rigor, y hacer algunas fotos.

Tonterías, ¿las justas?

Pues va a ser que no...

No fue mi mejor día como fotógrafo...


El plan del día era hacer una ruta en dos partes. La primera era desde El Taió hasta La Creu Aregall, con Ángel como “jefe de ruta”, y la segunda parte la dirigiría yo, haciendo un recorrido que consistiría en bajar hacia Corbera por algunos de esos senderos que he descubierto últimamente, y luego volver a subir a La Creu, desde donde, ya sí, cada uno se iría a su pueblo.

Javi, Juan y Ángel pensaron que ya era tarde, y que ya tenían bastante, y decidieron volver hacia sus respectivos hogares, pues las obligaciones familiares así lo exigían. Carlos y yo decidimos hacer aún unos pocos kilómetros más, siguiendo con parte de la ruta que yo tenía previsto hacer con todos si hubieran dispuesto de más tiempo.

Así que tras veinte minutos allí parados, marchamos todos en dirección a la carretera que lleva a Gelida, aprovechando para bajar hasta ella por un sendero que tenía yo "medio visto", y que resultó estar algo embarrado, por lo que las bicis, que hasta el momento habían aguantado impolutas, acabaron por embarrarse “ligeramente”.

Después de esa última gracia, ya nos despedimos, y Carlos y yo encaramos otra vez hacia la urbanización, desde donde nos dirigimos al mirador de la Roca Foradada, en el que él no había estado nunca. Había allí unos jovenes excursionistas que se maravillaron durante un ratillo con las suspensiones de nuestras bicis, y es que, realmente, las bicicletas de hoy en día son espectaculares.

Una vez hecha la visita turística seguimos con nuestro camino, ahora ya, menos un par de repechillos, de bajada continua hasta las afueras de Corbera. Unos 4 kilómetros seguidos de senderos, alguna trialera, y algún tramo de campo a través, que a mayor satisfacción mía, parecieron gustarle bastante a Carlos.

Como él tampoco quería llegar muy tarde a casa, dejamos para otro día la posibilidad de hacer un recorrido más largo, y haciendo todavía algún tramo más de senderos, encaramos en dirección a la salida del pueblo.

Bajamos paralelos a la carretera por un camino que exige cruzar la riera Rafamans por dos veces, y que lleva hasta La Palma de Cervelló, donde paramos a coger agua en la Font del Marge.
Desde allí seguimos por el camino del cementerio hasta el polígono industrial Molí dels Frares, para acabar así la ruta conjunta.

Durante toda la bajada desde La Creu Aregall, mi bici había ido haciendo un ruido de cojinetes que yo creía que era del pedalier.
Es un ruido que había ido apareciendo esporádicamente a lo largo de las últimas semanas, y que siempre que se daba iba en bajada y sin pedalear. Cuando pedaleaba se quitaba y no volvía a aparecer hasta pasado un rato, o un tiempo.

Pero en esa última hora se había hecho casi continuo, y llegando a la gasolinera del polígono Carlos se dio cuenta de que al oirse el ruido, el cassete vibraba, e incluso la cadena se enganchaba un poco.
Así que no podía ser del pedalier, tenía que ser del núcleo de los piñones.

Echándole un vistazo me doy cuenta de que el cable del cambio trasero está casi completamente deshilachado, y de que se aguanta sólo por un par de hilos. Vaaaaya teeeeeeela, si aún me quedan unos 8 kilómetros de subida hasta Corbera...

Levanto la rueda trasera y pongo un desarrollo que me permita volver a casa sin tener que cambiarlo, pues de hacerlo, fácilmente se acabaría de romper el cable. Así que con cuidado engrano la cadena en el segundo piñón y espero que me aguante hasta casa. Ya nos despedimos, deseándonos un buen regreso (a él aún le quedan unos kilómetros por el río), y marchamos de allí en direcciones opuestas.

Pensé en hacer toda la vuelta por carretera, pero como el tramo hasta La Palma es bastante llano, no me pareció buena idea ir por allí con ese desarrollo tan corto, que me iba a impedir coger velocidad. Así que volví por donde habíamos venido, por el camino del cementerio. Tranquilamente fui rehaciendo el camino hasta llegar a La Palma, donde ya decidí meterme en la carretera para poder rodar con más comodidad.

Enseguida que entré en el pueblo vi que la velocidad que podía alcanzar con ese desarrollo era muy baja, así que me arriesgué y bajé un piñón. El riesgo no era bajar el piñón, que difícilmente se iba a romper el cable, el riesgo era que luego fuera mal de piernas y quisiera volver a subirlo.

Con ese desarrollo fui tirando, pero en los tramos más llanos me faltaba velocidad, así que se me ocurrió poner el plato grande aunque la cadena fuera muy cruzada. Bueno, al menos durante unos cientos de metros pude incrementar el ritmo. En fin, que sin mayores problemas acabé llegando a casa, ¡que parece que esté contando una epopeya, y no fue para tanto!

Finalmente acabé haciendo un total de 60 kilómetros, con 1750 metros de desnivel positivo acumulado, en 7 horas de ruta, y poco más de 5 de pedaleo. No está mal para haber sido una salida de “cachondeo”, ¡jajajajajá!

Sencillo pero "cargante"


En definitiva, una mañana divertida, pasando buenos ratos con los compañeros, y disfrutando de la bici y de la montaña, que es de lo que realmente se trataba. Cada uno a su ritmo, unos mejor que otros, yo bastante clavado en las subidas, todo hay que decirlo, con bastantes piques entre Carlos, Javi y Juan, y con ganas de repetir más adelante otra salida de estas.

Sólo lamentar la ausencia de nuestro compañero Ramón, que por causas familiares graves no pudo venir con nosotros.
Muchos ánimos desde aquí para él y su familia.


Bruno

martes, 23 de noviembre de 2010

LA DIFERENT XTREM. ALGUIEN TENÍA QUE LLEGAR EL ÚLTIMO...


Nunca había quedado el último en nada. Y tampoco habría imaginado que el día que me ocurriera me fuera a sentar tan bien, ¡jajajajajajá! Ayer quedé el último de la marcha La Diferent Xtrem.
Sí que fue diferente, sí...

El día empezó prontito, a las cinco y media. Levantarse, desayunar, vestirse, no olvidarse nada, y a la calle.
Cuando llegué a Pallejá estaba Carlos esperándome. Bici al coche y carretera dirección Sallent.
Las previsiones no habían fallado: hacía bastante frío.

Llegamos a Sallent a la hora prevista, siete  y media. Las previsiones siguen sin fallar: niebla y frío, mucho frío. 2º C.
Brrrrrrrr, que a mí me va el calor!!!!

Aparcamos y vamos a por los dorsales. Hay poca gente por allí, pero casualmente nos encontramos con Noe, que nos presenta a su media naranja, Jaume. Vaya dos máquinas. Cruzamos cuatro palabras y volvemos al coche. Se oía más el castañeteo de mis dientes que el golpeteo de mis calas contra el asfalto. ¡Qué frío!

Nos metemos en el coche y nos entran ganas de quedarnos allí “escondidos” hasta que den la salida para luego marcharnos a casa, jajajajá. Pero ya que hemos ido...
Mientras estamos preparando las bicis aparece por fin Ramón, que ya debía llevar rato por allí porque ya lo tenía todo hecho.

Se va acercando la hora, y mientras Carlos se va en busca de un bar guiado por Ramón, yo me quedo ultimando los preparativos. ¿Me llevo más ropa, me quito algo? El chubasquero lo llevo, por si acaso. Bueno, cuando ellos vuelven, soy yo el que necesita ir de visita “barística”. Qué cosas tiene el cuerpo, él tiene sus propios horarios... ¿Me aguanto? No, que van a ser unas cuantas horas encima de la bici.

Salgo disparado, pues ya es casi la hora. Cuando vuelvo sólo queda medio minuto para que den la salida. Mira que si llego cuando ya la hayan dado... Pero no, segundos antes aparezco por delante de todo el grupito y llego a tiempo de situarme al lado de Carlos y Ramón, y de desearnos buena marcha. Lástima, esta vez no hubo foto.

Éramos tan pocos en la salida que no había que preocuparse por salir mejor o peor situado. En ese momento no sabía cuántos éramos, pero me parecío que no seríamos más de cincuenta.

Pensamientos de última hora, no he desinchado los neumáticos.
El día antes los dejé con algo más de presión de lo normal, para luego retocarlos antes de empezar la marcha. Está claro que tenía que haberlos dejado ya preparados. Ahora no me daba tiempo. Había llegado tan justo a la salida que si me ponía a desenroscar los tapones seguro que me pillaban a media faena y me quedaba allí, con cara de tonto, mientras los otros salían disparados. Pues nada, ya me pararé más adelante y los pondré a mi gusto.

Ocho y media, dan la salida. Vamos. Qué tranquilidad. Somos pocos y no hay las típicas prisas de otras marchas. Bueno, seguro que los de delante salieron a todo trapo, pero incluso ellos tendrían espacio de sobras para maniobrar.

Como siempre, nada más empezar ya me separo de mis compañeros. La premisa que teníamos los tres era que iríamos “a disfrutar” (siempre se va a eso, ¿no?), cada uno a su ritmo, Ramón a hacer el recorrido “corto”, y Carlos y yo a intentar completar el largo.
A Ramón aún lo iría viendo delante mío durante unos cuantos minutos, pero en ningún momento quise llamarle para no hacerle cambiar su ritmo. Pensé que poco a poco le iría cogiendo. Al final no sería así, y acabaría perdiéndole de vista.

Aún saliendo del pueblo aparece la primera subida. Movimiento de engranajes. Voy en el grupito de cola, a mi ritmo. Hace frío, pero ya me empiezan a entrar los calores. Es normal, el calentón del principio. Pero parece raro, teniendo el cuerpo todavía tan frío.

Siempre intentas no quedarte demasiado atrás en los primeros compases, pero en esta ocasión pienso que estoy cometiendo el mismo error que en la Selènika, que empecé con desarrollos demasiado altos para mí, y lo pagué caro durante media marcha.
Así que cambio el chip, pongo el molinillo, y sigo subiendo.

Oigo un coche detrás mío, con el típico sonido de las radios de policía. Me giro. Policía Local. Kilómetro 0,5: voy el último. ¡Jajajá, tremendo! Hay un chico (un chico, jajá, de mi edad...) delante mío, es el penúltimo. Va a ser mi referencia durante unos minutos.
Kilómetro 1: ya no voy el último.

Justo antes de meternos en camino de tierra, un par de participantes con alguna avería. También es mala suerte. Algo de llano, bajada, llano, y seguimos subiendo. Rápidamente se ve cuál va a ser la tónica de la mañana: caminos estrechos y húmedos, ligeramente embarrados, con piedra, y con buenas pendientes. Ya estaba avisado, no me coge por sorpresa, llevo días sabiendo de antemano cómo va a ser la marcha. Qué curioso.

Después de haber adelantado a varios corredores más, me paro al final de un senderito de subida. Hay mucha humedad, y a pesar del frío, las dos o tres cuestas que acabamos de hacer ya me han sobrecalentado. Me pica todo, me arde la cabeza. Si hasta me va a sobrar el buff bajo el casco. Me paro y me quito una camiseta, que está claro que no me hará falta. Aprovecho para desinchar un poco los neumáticos, que en las condiciones en las que está el terreno no van a agarrar nada, y lo más fácil será una caída por resbalón de una rueda.

A diferencia de los del coche, a los neumáticos de la bici nunca les he puesto presión usando un manómetro de referencia. Cuando alguien me pregunta a qué presión los pongo, siempre tengo que contestar que ni idea, que “según veo”. Y así lo hago: aprieto la cubierta con los dos pulgares a la vez, y tengo claro si ya están bien o no.

Bueno, el descansillo me ha ido bien, que las pulsaciones las tenía a tropocientos. Me subo a la bici sabiendo que aún sigo teniendo gente por detrás, pues uno se ha parado a esperar a algún compañero.

Lo que viene a continuación, y durante unos cuantos kilómetros, es un auténtico circuito de ciclocross, pues se suceden tramos de senderos y caminos estrechos, semiembarrados, con subidas y bajadas cortas pero duras, con tramos imposibles de hacerlos subidos en la bici. Tanto de subida como de bajada, nos encontramos con varias zonas en las que hay que desmontar de la bici y tirar de ella para poder superar tremendos rampones intercalados con raíces y piedras, en los que pienso que ni los más máquinas habrán sido capaces de hacer pedaleando.

Seguro que en varios de los tramos de descenso en los que yo me bajé de la bici por miedo o por precaución, hubo mucha gente que sí los bajaría montado en ella. Yo conozco mi límite, y no era el día de probar de superarlo.

Las condiciones del terreno exigían mucha concentración, bastante técnica, mucho valor en algún punto, y sobretodo mucho cuidado. Era muy fácil tener una caída, pues había mucha piedra húmeda en todos los caminos, tanto subiendo como bajando.

Durante estos primeros kilómetros me paré un par de veces más para retocar las presiones. No me sentía a gusto, no me sentía seguro, iba con desconfianza. Así que intentaba encontrarla quitando o poniendo aire a las ruedas. Acabé encontrando el valor adecuado, o por lo menos la presión adecuada para que yo me sintiera seguro con la bici.

Dejé los neumáticos bastante bajos de presión, nunca los había llevado tan bajos. A partir de entonces tuve que ir con cuidado de no pegar un llantazo, con lo que en tramos más rápidos (pero pedregosos) iba algo más lento de lo que habría podido ir. Pero por contra, tanto en éstos como en los tramos más complicados por tener piedras o raíces, o por ser más “trialéricos”, gané mucha confianza y control sobre la bici.

Primera hora de “carrera”: 7 kilómetros. Cuenta fácil: 70 kilómetros, 10 horas. Si antes tenía dudas, ahora lo tenía bastante claro, no iba a poder hacer la marcha entera, me iba a tener que conformar con el recorrido “corto”, de 40 kilómetros. Corto, sí, en relación al otro, pero es que al ritmo que iba, y con la dificultad del terreno, hacer 40 kilómetros ya iba a ser toda una hazaña.

Y había que tener en cuenta otro factor. Iba realmente mal físicamente. No tiraba en las subidas, las pulsaciones casi siempre entre 170 y 180, las piernas me dolían cuando apretaba mucho.
Pero si en los tramos de bajada me dejaba caer, no pedaleaba ni al principio para coger un poco de velocidad. Y en los senderos, mientras la bici se movía por pura inercia, tampoco daba pedales. Aprovechaba cualquier circunstancia para descansar y no cargar en exceso las piernas.

En esas andábamos cuando veo un cartel que avisa de que a 50m me harán una foto. Vale, relaja y coge fuerzas para que cuando veas al fotógrafo puedas dar una buena imagen, jajajajajá, al menos que en la foto parezca que soy una máquina...

Claro, siendo como era el recorrido, la foto no la iban a hacer en un tramito fácil. Empieza una de tantas subidas cortas y difíciles, y cuando estoy sopesando la posibilidad de hacer el último trozo andando, veo arriba de todo a dos personas. Una, el fotógrafo, la otra, Noe, animándome y gritándome que no me pare, que tire, que aguante, que me van a hacer la foto... Pero, ¡qué la haga ya, que no puedo más! Oigo el inconfundible sonido del mecanismo de la cámara haciendo la foto, uffff, menos mal, ya la ha hecho.

Qué buena foto me sacó. Hasta parezco un profesional


A pesar de estar ya casi arriba, y de seguir Noe animándome para que aguantara y me pudiera ella también hacer alguna foto, ya no pude más, me desequilibré, y tuve que echar pie al suelo. Lo siento Noe, te estropeé la foto. Pero muchas gracias por tus ánimos y por las fotos que me hiciste. Fueron unos segundos muy intensos.

Ahí llego. ¡Venga, aguanta!  

¡Vaya, no he sido capaz!      

Jodido, pero contento        


Muy descriptiva la secuencia de fotos que me hizo Noe. Gracias otra vez.

Cuando echo el pie al suelo articulo algunas palabras, supongo que intentando explicar que no podía más. Camino como puedo los pocos metros que me habían faltado para acabar la subida, y hablo un poquito con Noe y con el fotógrafo, que comentando el recorrido me dice que lo que vendrá después no será tan duro. Menos mal.

Ya hará un minuto por lo menos que paré, las pulsaciones han bajado algo, y mi boca ya no parece un aspirador intentando recoger todo el aire posible. Aún así, mi cerebro recibe sólo la cantidad mínima y necesaria de sangre y de oxígeno para funcionar correctamente, con lo que en el diálogo que mantengo con Noe, mis palabras no son precisamente de las más memorables que haya articulado nunca.

Mi cerebro reacciona ligeramente y se me ocurre preguntarle “y tú, ¿qué haces aquí?”. Pues resulta que se retiraba porque no se encontraba suficientemente motivada. No subía de pulsaciones (ya le habría dejado yo unas cuantas), y para ir medio parada prefería retirarse. Una lástima. Pero si ella yendo a menos de medio gas habría tardado por lo menos dos horas menos que yo... Pero entiendo su postura. Cada uno tiene sus propias expectativas en una marcha, y si no las vas a poder cumplir, y no vas a disfrutar, para qué seguir.

Allí les dejé a los dos, al fotógrafo oficial y a la fotógrafa oficiosa de la marcha, y seguí mi camino. A ver si era verdad, y lo que venía a continuación no era tan duro. Resultó cierto, pero al cabo de muchos kilómetros. Por el momento, lo que seguía venía a ser más de lo mismo. Y tal y como esperaba, la organización no nos había engañado. Pues no veas si hicimos kilómetros y kilómetros de senderos.

En algún momento después de este punto (no recuerdo cuándo ni dónde) al bajar un pequeño tobogán que enlaza con una pista, me paro al lado de un grupo de cuatro o cinco participantes que me preguntan si tengo una cámara para dejarles. Parece que a la que tenían le habían fastidiado la válvula. Como yo llevaba dos podría dejarles una, pero, ¿y si pincho dos veces? También sería mala suerte. En coña les digo que a lo mejor en lugar de mala suerte sería buena suerte, por aquello de tener que abandonar, ¡jajajajá, qué burro!

Les doy la cámara y no cojo la que me daban ellos a cambio, de “válvula gorda”. Aunque la podría haber utilizado en caso de necesidad, pues las llantas de mi bici llevan una arandela en el agujero de la válvula que supongo que podría quitar, pensé que no iba a tener esa “mala suerte”. Así que les deseé buena marcha y seguí adelante. Un par de horas más tarde me adelantarían, agradeciéndome y comentándome uno de ellos lo bien que le había ido la cámara. Y yo que me alegré de que pudiera seguir con la ruta.

Después de muchííííííísimo rato, casi una eternidad desde que empezáramos la prueba, aparece un cartel que avisa del primer avituallamiento. ¡Por fin! No es que fuera muerto de hambre ni nada parecido, que algo de lo que yo llevaba había comido ya, y bebida tenía de sobra, pero no sé, me apetecía, y mucho, llegar a uno de los dos avituallamientos previstos.

Mi primera impresión fue que la organización había situado ese primer avituallamiento excesivamente lejos de la salida, pero... ¡si sólo habíamos hecho 22 kilómetros! Pues no veas, a mí me parecieron cincuenta. Si es que ya llevaba unas tres horas de ruta.

Había allí cuatro o cinco corredores más, y otros cuatro o cinco que llegaron detrás mío. Comí un par de “cruasanes” con unas pastillas de chocolate que me sentaron de maravilla, descansé y estiré un poco, y crucé cuatro palabras con los que estaban allí. Antes de marchar hinché los neumáticos, pues el terreno había cambiado ligeramente y creí conveniente llevar más presión para rodar mejor y evitar algún llantazo indeseable. Los caminos empezaban a parecer menos técnicos y difíciles, y también más rápidos. Bebí un vaso de agua, que estaba muy fría (temperatura ambiente), y continué mi periplo por tierras del Bages.

Una cosa tenía ya clara, y era que al control horario del kilómetro 30 era imposible que llegara. Había que pasar por allí antes de las once y media para que no te desviaran hacia el recorrido corto, y faltaba menos de media hora. Algo muy raro tenía que pasar para que fuera capaz de hacer casi 10 kilómetros en media hora.

De lo que sigue a continuación recuerdo que empezó a haber tramos de pista forestal, lo que realmente agradecí muchísimo, porque al menos te permitían coger un ritmo estable durante unos minutos. Eso sí, fáciles no eran, porque para seguir con la tónica de la marcha, las rampas eran realmente duras, casi siempre rondando el 20% y más.

Seguía haciendo frío, había mucha humedad, el cielo estaba totalmente tapado (cuando lo veíamos, que con tanto sendero no era fácil), y aunque no iba bien de fuerzas, parecía que empezaba a encontrarme mejor. También ayudaba el hecho de que hacía ya mucho rato que se habían acabado aquellos tramos de ciclocross que nos encontramos en los primeros kilómetros.

Desde que habíamos empezado, el recorrido estaba siendo realmente bonito, espectacular y divertido. Senderos por doquier, algunas trialerillas, subidas, bajadas, campo a través, camino, pista, vamos, de todo. De vez en cuando, alguna vista de lo que debían ser valles, pues la niebla lo tapaba todo pero a la vez daba una imagen que valía la pena parar a admirar. Lástima de ir sin cámara de fotos. A ver si me compro otra, que la que tenía ya me han dicho que no tiene arreglo (bueno, que no vale la pena arreglarla).

Cuando me quise dar cuenta llego al desvío “corta-larga”. Eso sí, pasado de tiempo, unos tres cuartos de hora. Pero allí no hay nadie para decirme que siga por la corta, así que dudo un poco pero me meto hacia la larga. Era una pista forestal, de gravilla, con una lligera pendiente de subida si hacías la larga, de bajada si hacías la corta.

Hago unas decenas de metros y me paro a llamar a Carlos. Según lo que haya hecho él sigo con la larga o me doy la vuelta para acabar la corta. Cuando coge el teléfono le oigo jadear. Le habré pillado en mal momento. Me dice que va fatal, que le cuesta respirar bien, que incluso se ha caído en los primeros compases y va algo dolorido de una rodilla, pero que ha seguido por la larga. ¡Qué tío, no me esperaba menos de él!

Carlos llevaba toda la semana intentando curarse de un inoportuno resfriado que le había impedido coger la bici, y que le dificultaba mucho la respiración. Aún así se había presentado allí, con el frío y la humedad que había, a intentar acabar el recorrido largo. Yo en su lugar ni habría ido.

Dudo si seguir o dar la vuelta, porque tampoco quiero que cuando él acabe se esté en la meta tres horas esperándome, pero cuando me dice que va por el kilómetro 36 y medio, sólo cuatro por delante mío, me animo y me decido a acabar todo el recorrido.

Además, ya hacía unos minutos que me estaba encontrando realmente bien. Bueno, bien, bien, tampoco, porque en las subidas duras seguía sin tirar, pero me notaba muy animado, tenía suficiente fuerza para apretar en zonas no muy duras, y parecía claro que el recorrido ya no iba a ser tan duro como hasta ese punto.

Un dato importante: el recorrido tenía un total de 1900 metros de ascensión acumulada, y en estos primeros 32 kilómetros ¡ya habíamos hecho casi 1300! No había duda, la segunda parte de la prueba tenía que ser mucho menos dura. Llevaba cuatro horas de ruta, así que contando que quedaba más o menos la mitad del recorrido pero con la mitad de ascensión que en la primera parte, calculé que podría acabar en unas siete horas, que era lo que llevaba imaginando toda la semana (hacer una media de 10km/h).

Si la primera parte de la marcha había sido muy divertida, ésta no iba a ser menos. Después de rodar un poco por esa pista de gravilla, desvío hacia un camino pedregoso de subida. Dura, claro. Como en otras, cuando veo que voy a malgastar demasiado mis fuerzas me bajo de la bici y acabo los últimos metros a pie (en mi defensa diré que siempre intentaba hacer toda la subida pedaleando, pero a veces llegaba un punto en el que sentía que no podía más, o que no valía la pena reventar intentando no bajarme de la bici).

Parece que el sol se va a dejar ver un poquito. Se agradece, porque las primeras horas fueron muy frías y húmedas, y a mi me gusta más notar el calorcito del sol en mi cuerpo. Aún así, estaba medio tapado y no calentaba casi nada.

Sigo adelante por más caminillos, senderos, zonas más fáciles, zonas más complicadas, pero está claro que ya no hay ninguna zona excesivamente técnica.

Cada vez me noto mejor, más animado, con fuerzas renovadas, con ganas de hacer kilómetros. Ya hace tiempo que me pasa: cuando ya llevo tres o cuatro horas de ruta parece que renazco y me vienen ganas de hacer otras cuatro o cinco más. Supongo que es el hecho de que en este último año, aunque no he ganado fuerza (que nunca la tuve), sí he ganado mucha resistencia. De tal manera que empiezo las marchas mal, pero cuando parece que tendría que empezar a estar aún peor, no, al contrario, me empiezo a encontrar mejor.

Seguro que de fuerzas no estoy mejor que hace dos horas, pero mentalmente me noto muy bien, y eso hace que me parezca que tengo más fuerza de la real. Además, me he ido hidratando y alimentando bien, así que el cuerpo teorícamente va bien servido.

Como ya hace rato que el terreno no es tan técnico, voy con mucha más confianza, por lo que la velocidad de paso por senderos ha cambiado muchísimo. De estar yendo a velocidades por debajo de los 10 km/h en los primeros compases de la prueba, a ir a medias de más de 20km/h en estos momentos. ¡Cómo cambia la cosa!

Ahora los kilómetros pasan con más rapidez. Si hasta parece que el gps se haya estropeado y en lugar de marcar kilómetros esté marcando metros...

Finalizando una bajada rápida por pista forestal llego a un cruce con una carretera. No veo ninguna señal de la organización. Malo, ya me he pasado algún desvío. Me muevo un poco buscando algún cartel o cinta indicativa, y me parece ver una a lo lejos, en la continuación de la pista forestal. ¡Menos mal! Tiro hacia allí, y al llegar a “la señal” veo que no es tal, sino que es un condón atado a una ramilla de un árbol. ¡Vaya tela!

Me toca volver para atrás y subir otra vez lo que minutos antes acababa de bajar. Lo peor es que no tengo claro cuándo había visto por última vez alguna indicación. Después de 600 metros de subida veo por fin los carteles. No es que estuvieran mal puestos, pero si ibas un poco “despistado” podía ocurrir que no vieras el desvío hacia un estrecho senderillo que quedaba a la izquierda. Bueeeno, no ha pasado nada, sólo he hecho un kilómetro y pico de más.

Sigo haciendo senderos y caminos, y rato después, cuando estoy pensando en acabar un camino de subida y parar a comer algo, veo un cartel que avisa del segundo avituallamiento. Vale, perfecto. Llego allí y parece que ya están recogiendo. Una chica y un chico muy simpáticos, que llevan allí desde las ocho de la mañana. Buf, tiene mérito también. Sería ya la una y media del mediodía, y allí arriba calor no hacía precisamente. Viento sí.

Estamos en el kilómetro 45 más o menos. Me encuentro bastante bien de fuerzas, y muy bien de ganas. Me lo estoy pasando fenomenal. Charlo un poco con ellos mientras como galletas y chocolate, y les comento que quizás sea yo el último que pase por allí, que me da la sensación que los pocos que vinieran por detrás mío se habrían desviado hacia el recorrido corto.

La verdad es que hace ya por lo menos tres horas que voy totalmente sólo. Una hora antes, cuando me había desviado hacia el recorrido largo, vi a lo lejos, detrás mío, a dos que se iban en dirección contraria a la mía. Pero pedalear con alguien a la vista, desde el primer avituallamiento, hace ya tres horas, que no lo hago. Durante muchas horas me dio la sensación de estar haciendo una de esas típicas salidas mías en solitario. Pero bueno, no me importaba, nunca me ha importado rodar sólo en las marchas. De hecho, me gusta la sensación de ir en solitario.

Ya me despido de ellos mientras me hacen una foto, y salgo con ganas en dirección a mi siguiente objetivo, un tercer avituallamiento, en el kilómetro 55, con el que no contaba. Parece que al final los organizadores se lo pensaron mejor y pusieron tres. ¡Muy bien!

Ahí voy, con ganas, como si acabara de empezar la marcha


Tal y como me acababan de comentar, al poco empieza un tramo bastante largo de pista forestal, que me viene que ni pintado para aumentar mucho la velocidad media, y también para animarme aún más de lo que ya estaba. Subidas, llanos, bajadas, siempre dando pedales, incluso en las bajadas. Ya no me estaba guardando nada. Mientras no tuviera que sortear piedras, baches u obstáculos, pedalearía. Siempre con cuidado, ¡eh!.

Los kilómetros se suceden rápidamente, y saliendo de un sendero que se incorpora a una pista forestal me encuentro con uno que se baja de un coche para decirme que debería de “tirar por allí, ya en dirección al pueblo”. Me fijo y me doy cuenta que este hombre es el que estaba en el primer avituallamiento.

¿Porqueeeeeeeé?, le digo con tono y cara de pena. Me dice que aún quedan unos veinte kilómetros y que quizás lo mejor sería que atajara hacia el pueblo. Le explico que voy fenomenal de fuerzas y de ganas, “si ahora voy lanzado”, que lo duro fue al principio, que lo que queda no puede ser muy duro porque ya he hecho casi todo el desnivel previsto (llevo más de 1600 metros de ascensión de los 1900 anunciados), y que en un par de horas como mucho estaré en la meta.

Se mira el reloj, me dice que eso será sobre las cuatro de la tarde, que a lo mejor no me quedará butifarra para comer. “Es igual, si tengo un bocata en el coche”. “Bueno, va, venga, pues sigue adelante, ya llamo para avisar de que aún queda uno por llegar”.

Ahora ya estoy convencido del todo: soy el último.

No me importa lo más mínimo, voy enchufado, disfrutando mucho. Es más, me hace gracia ser el último. ¡Qué sensación!

Ahora el recorrido es realmente rápido. Hay tramos de subida, pero pocos. Casi todo es llano, bajada, o falso llano. O eso me parece a mí. Voy muy rápido.

Cuando me quiero dar cuenta llego al tercer avituallamiento. Lo veo a lo lejos, justo después de que un coche que pasaba por una carretera cercana me pitara. Era la pareja del segundo avituallamiento. Según me acerco a este último, pienso que no me hace falta nada, ni agua, ni comida, ni parar a descansar. Pienso que no voy a parar, que me romperá el ritmo.

Cuando estoy llegando me saludan por mi nombre (claro, era el único que quedaba) y me preguntan qué quiero. Nada, no me hace falta. ¡Jajajajajajajá! Acabo parándome porque uno de los que estaban allí casi me riñe diciéndome que cómo no me voy a parar a tomar nada, ¡si estaban allí sólo por esperar a que llegara yo!

Bueno, paro y como un par de galletas. Hablo sobretodo con uno de ellos, mientras van recogiendo, y después de agradecerles que me estuvieran esperando continúo mi camino, sabedor de que ya me queda muy poquito. ¿Qué son 15km al ritmo que estoy llevando ahora?

Los siguientes kilómetros, más de lo mismo. Pista forestal, rápida. Llano, bajada, subidas también. Todavía quedaban algunos senderos por hacer. Muy rápidos y divertidos. También quedaba una dura subida, pero eran sólo unos cuantos cientos de metros. La acabé andando, era muy dura. Veintitantos por ciento de pendiente.

Esos últimos kilómetros pasaron muy rápido. Enseguida apareció delante mío una población que estaba claro que sería Sallent, ¿qué otra podría ser? Un último tramo divertido campo a través para llegar a un campo de fútbol, y cuando estoy pensando por dónde tenía que seguir, oigo los aplausos y los vítores de la gente de la organización que aún quedaba en la llegada. ¡Qué bueno! Veo a Carlos que está cámara en mano preparado para inmortallizar mi llegada, y sonriendo, hago la señal de la victoria.

¡He llegado el último!

Y llegó el último loco


Nos damos la mano, sonrientes, contentos. Sí señor, tremendo, ha sido tremendo. Una gran marcha. Un gran recorrido. Duro, divertido. Ha valido la pena ir hasta allí y aguantar tantos kilómetros, tanto frío, tantos kilómetros en solitario.

No lo tengo claro, pero creo que Carlos llegó el penúltimo. Jajajajá, toda la semana habíamos estado haciendo cachondeo sobre si íbamos a llegar los últimos, y mira por donde...

Me dan de comer. Un par de “llescas” con tomate, y dos butifarras. Los privilegios de llegar el último. ¡Qué buen trato! Gracias.

Aún estuvimos un rato allí. Mientras yo comía charlamos Carlos y yo sobre la ruta y sobre cómo nos había ido. Tiene mérito lo suyo. Con lo resfriado que aún estaba, dolorido por la caída...
¡Muy bien, cumpany. Enhorabuena!

La primera mitad del recorrido, muy dura. La segunda, no tanto


En total fueron casi 70 kilómetros de recorrido, con un poco más de 1900 metros de ascensión acumulados.
Casi 7 horas de ruta, para un total de algo menos de 6 horas de pedaleo.

En resumen, una marcha de esas que vale la pena hacer. Muy currada, en todos los sentidos. Preparar y señalizar un recorrido como el que hicimos tiene mucha, mucha tela. Se tienen que haber pasado muchas horas limpiando caminos, despejando senderos, balizando zonas difíciles, acotando caminos que no eran tales, sino que realmente eran zonas de campo a través...

En definitiva, que se lo han currado mucho, y muy bien. Porque estaba muy bien señalizado. Aunque algún despiste tuve, no fue ni mucho menos por estar mal señalizado, sino porque a veces vas, pues eso, despistado.

El recorrido era muy bonito. En algún punto más alto de éste, cuando ya se había despejado la niebla, se veían unos paisajes muy guapos. Zonas de barrancos de piedra verticales, amplias vistas de montañas inacabables... Mientras hubo niebla, para pararse a hacer bastantes fotos.

Y los senderos... ¡30 kilómetros de senderos! Impresionante.
Desde luego que al que le guste hacer senderos, tiene aquí una cita ineludible el año que viene. Vale la pena venir y hacer todo el recorrido. El disfrute está asegurado.

Los tres avituallamientos que había eran muy completos. Por supuesto habrá quien echara en falta algo, y a quien le sobrara algo (a mí, los zumos, pero sólo porque con el frío que hacía no me apetecían nada. En verano sí que los bebo), pero creo que estaban bien pensados. Agua, zumos, galletas, “cruasanes”, chocolate, avellanas, fruta seca (higos, orejones...), barritas de cereales. Vamos, muy bien para mi gusto.

Además, que estar en los avituallamientos, con el frío que hacía, y la humedad que había, también es de agradecer. Sobretodo a los del segundo y tercer avituallamiento, que estuvieron allí sólo porque faltaba yo. Gracias otra vez.

Total, que me lo pasé estupendamente. Sufrí al principio. Los tendones me molestaron un poco. Sudé. Caminé. Empujé la bici. Pasé algo de frío. Pero estuvo realmente bien. He vuelto muy contento de Sallent.

Y además, ¡llegué el último!

Para ver la ruta en Wikiloc

Bruno

sábado, 20 de noviembre de 2010

AFINANDO PARA LA DIFERENT


Mañana domingo voy con Carlos a Sallent a participar en la marcha de bici de montaña La Diferent Xtrem. Allí nos encontraremos con Ramón, otro compañero de trabajo, que tiene pensado hacer el recorrido “corto”, de 40 km. Carlos y yo intentaremos hacer el largo, que es de 70. A ver qué tal se nos da. Por lo menos, que no llueva.

Para entrenarnos en condiciones similares a las que nos encontraremos allí, el sábado de la semana pasada quedamos los tres en Collserola para intentar hacer una ruta que le había pasado a Carlos un compañero suyo de la Penya Btt Canigó, y que consiste en dar una vuelta de unos 60 km al futuro parque natural haciendo mucho sendero y camino difícil. Y es que en Sallent nos espera un recorrido duro, con mucho desnivel (1900m acumulados) y muchos kilómetros por senderos (30, ni más ni menos).

La cosa no pasó de ser un intento, pues después de unas cinco horas de ruta sólo habíamos hecho una tercera parte del recorrido.
A pesar de ir con dos gepeeses, al poco de empezar ya nos habíamos pasado un desvío y dimos un rodeo tonto que nos hizo perder bastante tiempo. En varias ocasiones más tuvimos que pararnos para comprobar que realmente íbamos por el buen camino.

Saliendo de un sendero                  (Gracias a Carlos por las fotos)


Además, el recorrido discurría por algunas zonas algo complicadas, con lo que el ritmo nunca llegaba a ser continuo, e incluso muchas veces era bastante lento. Nos tocó bajarnos de las bicis en innumerables ocasiones a causa de árboles caídos, o simplemente para poder sobrepasar pequeños tramos casi no ciclables algunos, totalmente imposible de ciclarlos otros.

Ramón y yo rehaciendo el camino, que cada vez que yo me ponía en cabeza me acababa pasando algún desvío


Algún recorrido alternativo también tuvimos que buscar para poder seguir con la ruta, pues había caminos que estaban totalmente cortados por varios árboles caídos. Suerte que Carlos llevaba ya mapa en el gps y pudimos buscar una "salida". Por supuesto también paramos algunas veces para reponer fuerzas. En definitiva, que la media de velocidad nos estaba saliendo bajísima.

El recorrido ciertamente era divertido, y muy bonito en algunos tramos. Duro, con continuos desniveles que te iban machacando poco a poco las piernas, y también bastante técnico en algunos puntos. La verdad es que nos lo pasamos muy bien.

En el “salto de agua” de la Riera de Vallvidriera (La Rierada)


Pero habían pasado ya cinco horas y no habíamos hecho más que una tercera parte del trayecto. Estábamos a la altura de El Papiol, y como Ramón tenía compromisos caseros, y siguiendo la ruta no habríamos llegado al punto de partida ni a las diez de la noche, decidimos dejarla y volver por carretera hasta Molins de Rei. Desde allí por montaña hasta Santa Creu d’Olorda, y ya por carretera hasta el Turó d’en Cors, y luego hacia la Plaza Mireia, por debajo de la antena de Esplugues, que es de donde habíamos partido.

Aunque no pudimos hacer lo que teníamos planeado, al menos sí que nos lo pasamos muy bien intentándolo. Otro día volveremos para acabarla.
Fue día con un tiempo espléndido, ya con sol desde primeras horas de la mañana, con lo que incluso llegamos a pasar calor y todo.
Y bueno, como toma de contacto para saber lo que nos espera este domingo sí que nos sirvió. No veas la que nos espera.

Una vez acabada “nuestra” ruta, en cinco minutos ya se había marchado Ramón hacia su pueblo, y es que realmente tenía prisa. Carlos y yo aún nos quedamos unos minutillos charlando, y cuando finalmente él se fue para casa (había ido hasta allí en bici), yo pensé en rodar unos kilómetros por el Camí de les Aigües, simplemente por aquello de estirar las piernas y pedalear un ratillo más.

El caso es que una vez empecé a rodar me fui calentando y acabé haciendo 20 kilómetros más, a un ritmo más alto del que había planeado. Supongo que pensé que ya que no habíamos hecho muchos kilómetros, podía “arreglarlo” haciendo unos pocos más.
Cuando llegué al coche estaba bastante cansado y a punto de sufrir alguna rampa en los isquiotibiales.

Es que, a pesar de que no habíamos hecho muchos kilómetros en la ruta por Collserola, sí que habían sido bastante duros. Y encima me pegué esos otros 20, que suerte que fueron totalmente llanos. Está claro que aún no he vuelto a coger la forma que tenía antes del parón por la tendinitis de la rodilla. Pero bueno, estoy en ello.

Entre las dos “rutas” me acabaron saliendo cerca de 70 kilómetros y unos 1500 metros de ascensión, en 8 horas de ruta y casi 6 de pedaleo. No esuvo mal.

Creo que es el perfil más raro que me ha salido nunca



LUNES 15. OTRA VEZ DE E.R.E.

El lunes de esta semana volvía a “disfrutar” de E.R.E. en el trabajo, así que pensé que lo mejor era volver a salir con la bici para completar el último fin de semana de entrenamiento antes de la prueba de este domingo.

Salí por los alrededores de Corbera, sin alejarme más de cuatro o cinco kilómetros, y haciendo una rutilla consistente en enlazar varios de los senderos de los que hablo últimamente. Por supuesto se trataba de entrenarme en condiciones parecidas a las que habrá en Sallent.

Salí de casa muy tarde a pesar de haberme levantado muy pronto. Qué perrería tengo últimamente a la hora de coger la bici. Suerte que fui capaz de auto obligarme.
Era la una y media del mediodía cuando bajé a la calle, con lo que la vuelta fue ya de noche, a eso de las seis de la tarde. Menos de cuatro o cinco horas no podía hacer, que si no vaya entreno habría hecho.

La verdad es que me pegué un buen tute y llegué bastante cansado. Pero satisfecho. Me salieron 40 kilómetros con 1350 metros de ascensión, en 4 horas y media de ruta, y casi cuatro de pedaleo.

Acabó siendo una ruta bastante aceptable


Las conclusiones de estos dos días fueron que, a pesar de no estar ni muchísimo menos en un estado de forma adecuado, sí que se le puede considerar medianamente aceptable. Las pulsaciones no me subieron a niveles tan altos como sólo una semana antes, y aunque los tendones me dieron algo de guerra parece que si no los machaco mucho podrán aguantar bien el domingo.

Otra cosa es que yo sea capaz de aguantar...


Bruno

martes, 9 de noviembre de 2010

REDEFINIENDO EL CONCEPTO DE SALIDA


Qué palo me ha dado últimamente escribir nada en el blog.
Entre que no había mucho que contar, y que no tenía demasiadas ganas de contarlo, ha pasado casi un mes desde mi última entrada.

Después de haber estado 23 días sin coger la bici, 23 días despúes de la Selénika, que se va a acabar convirtiendo en el último punto de inflexión (de momento) en mi “relación” con la bici, por fin el día 19 del mes pasado volví a salir con ella un ratillo. Durante esas tres semanas, me dediqué a descansar un poco de los pedales, tanto física como psicológicamente, que estaba un poco saturado.

Aunque los dolores que tenía en el tendón del cuádriceps de la pierna izquierda no eran nada del otro mundo (cualquiera que haga deporte de uno u otro tipo habrá tenido o tendrá dolores parecidos en algún momento), fueron suficiente como para que me planteara seriamente descansar un poco de tanto pedaleo, y después, como mínimo, bajar el ritmo de salidas y el kilometraje de éstas.

He estado yendo unos días a un masajista para que me descargara un poco el cuádriceps, que al parecer lo tenía bastante sobrecargado. Entre eso y el reposo ciclístico, las molestias en el tendón me han mejorado mucho.

Como expliqué en las anteriores entradas, me pegué alguna que otra caminata, tanto por el hecho de cambiar un poco de “modalidad deportiva", como por el hecho de disfrutar de la montaña, sólo o en compañía, de una manera más relajada.

Aproveché para investigar senderos y caminos que tenía vistos de mis salidas en bici, y otros de los que no tenía constancia que existieran. Así que me preparé varias rutillas “alternativas” a los recorridos que hago siempre por esta zona, para que cuando cogiera la bici tuviera la posibilidad de hacer unas salidas más entretenidas.

El martes 19 de octubre hice una salida para ver qué tal estaba el tendón. 16 kilómetros en los que más que nada me dediqué a rodar, sin forzar en ningún momento, tirando mucho de molinillo, y simplemente dando el primer paso para volver a tener ganas de coger la bici, que hasta se me estaban quitando. Forcé tan poco que el tendón no me dio ninguna molestia.

No recuerdo cuándo fue la última vez que hice sólo 16 kilómetros


Dos días después volví a salir. Hice otra vez 16km, ¡jajajajá!, pero aprovechando para hacer algún senderillo de esos que había descubierto últimamente y forzando un poquito más, en un recorrido algo más exigente. Siempre con el molinillo, y viendo que tres semanas de no hacer nada hacen que las pulsaciones se pongan a niveles no vistos desde hacía mucho tiempo.

Aunque también fueron 16km, ésta vez fueron más duros


Para ese sábado pensé que era la ocasión perfecta para quedar con mi amigo Ilde, antiguo compañero de fatigas, y con el que ahora ya ni salgo, y ni siquiera veo de vez en cuando. Mmmmm, tanta bici, tanta bici, y este último año he dejado de lado otras cosas...

Hicimos una rutilla muy tranquila, de paseo casi, poniéndonos un poco al día, y disfrutando de la compañía. Como él tenía que volver pronto a casa hicimos sólo un par de horillas, que ya nos estuvieron bien. Al menos volvíamos a salir juntos, que es de lo que se trataba.

Al dejarlo en casa y volverme yo hacia la mía, me picó el gusanillo y me desvié para investigar más senderillos. Sabia decisión, pues acabé descubriendo algunos muy divertidos, y que me servirán para la ruta que ando preparando.

Al final, lo que tenía que haber sido una salidilla de un par de horas se acabó convirtiendo en una salida de casi seis, con cuatro de pedaleo, que es lo que tardé en completar los 37 kilómetros que hice.

De tal manera que acabé la salida bastante cansado, y con la sensación de haber hecho muchos kilómetros más de los que realmente había hecho. Y muy satisfecho por esos senderillos que había descubierto.

Fueron pocos kilómetros, pero los 1100 metros de ascenso se notaron


En estas tres salidillas me lo pasé realmente bien. A mi ritmo, sin prisas, saliendo de casa con el aliciente de encontrar una manera de enlazar los diversos senderillos que había ido descubriendo, y no notando molestias en el tendón. Así que volvía a casa bastante contento.



CAMBIO DE TURNO

La semana siguiente fue bastante diferente. Cambio de turno en el trabajo, con lo que paso a tener cuatro semanas por delante trabajando de mañanas. La primera semana de cualquier cambio de turno me cuesta bastante salir con la bici. El cuerpo (y la mente) se me tiene que adaptar al nuevo horario, y acabo por no hacer casi nada, por no decir nada.

En esta ocasión no iba a ser diferente, y me pasé toda la semana sin coger la bici. Llegar a casa a la hora del telediario, con sueño, con pocas ganas de salir a dar pedales, y encima con la perspectiva de tener que darme prisa en comer algo y prepararme porque por la tarde ya había pocas horas de luz, hizo que, como mucho, me sentara en algún momento en la estática y pedaleara unos pocos minutos.

Si aún tenía ciertas esperanzas de estar medio bien para ir a Balaguer a participar en la Ermitanyos, se acabaron de desvanecer.

En este mes y medio que llevo de semi reposo, me he perdido algunas marchas que tenía intención de hacer, como la Sant Joan d’Espí-Montserrat, la Ermitanyos, o la Berga-Berga. Las dos primeras las hice el año pasado, con lo que no me he quedado con mal sabor de boca por no hacerlas, y a la tercera me habría gustado ir sobretodo porque fueron varios compañeros de trabajo. Pero bueno, la verdad es que tampoco me he quedado con las ganas.

Después de no hacer nada en toda la semana, el sábado 30 de octubre hice una salida con intenciones de recorrer unos pocos kilómetros más que el sábado anterior, pero esta vez haciendo ya una ruta que uniera todos esos senderillos probados en las salidas anteriores.

Salí bastante tarde, pero como siempre digo, mejor salir tarde y convencido, que pronto y sin tenerlo muy claro. Salí a la una del mediodía. Un poco más y no salgo. Bueno, pensé que eso me iría bien para acostumbrarme a salir entre semana cuando llegara del trabajo.

Acabé haciendo una ruta de 6 horas, con algo más de 4 y media de pedaleo, por caminos pedregosos (qué mal están los caminos después de las fuertes lluvias que hubo hace ya varias semanas) y senderos, conocidos algunos, y nuevos otros. Un recorrido muy rompepiernas, pero llevado a un ritmo no muy alto, sobretodo por aquello de no forzar el tendón, y porqué no decirlo, porque yo tampoco estaba para muchas alegrías. Aún así llegué a ponerme a más de 190 pulsaciones por minuto...

Una salida muy satisfactoria, por el recorrido hecho (muy divertido por la cantidad de senderos por los que pasé), por el total de horas pasadas encima de la bici, y porque el tendón no llegó a molestarme.
1400 metros de ascensión en 40 kilómetros, que no está nada mal para lo que era mi estado de forma.

Un recorrido corto pero exigente



UN NUEVO DESAFÍO

La semana pasada empezó con la decisión de apuntarme a una marcha que se hará el día 21 de este mes en Sallent, y que promete ser muy divertida a la vez que muy dura. Es el 1er. Desafío La Diferent Xtrem, marcha tipo rally-maratón que consiste en un recorrido de 70 kilómetros y 1900 metros de ascensión, a lo que se le une el hecho de que 30 de esos kilómetros serán por sendero. Casi nada.
Hay la opción de hacer sólo 40 kilómetros, pero yo, si puedo, tengo intención de hacer el recorrido largo.

Así que una vez fijado el objetivo, toca entrenarse para poder conseguirlo. Sin embargo, el horario de trabajo, el cambio de hora, con la consiguiente merma en las horas de luz por la tarde, y la pereza al llegar de trabajar, hicieron que la semana pasada tampoco saliera ni un sólo día con la bici. Empiezo bien el entrenamiento.
Al menos me digné a subirme a la estática una hora y cuarto el martes y el jueves. Algo es algo.

El sábado (6 de noviembre) sí que no podía fallar.

Salí de casa tarde, a las 12 del mediodía, con la intención de hacer más o menos lo mismo que el sábado anterior, pero esta vez del tirón, teniendo claro ya cuál había de ser el recorrido a realizar.

La verdad es que me marqué una salida muy dura, con un perfil rompepiernas, muy exigente física y técnicamente, ya que discurre por caminos muy rotos, con mucho pedrolo suelto, con contínuos sube-baja, por senderos dificilillos por la cantidad de vegetación, y claro, porque yo no estoy todavía para muchos trotes.

Además "tuve la suerte” de caerme cuatro veces, todas ellas de bajada. No recuerdo la última vez que me había caído en esas circunstancias. Por suerte ninguna fue grave, gracias a que cuando la cosa se va a complicar siempre me desengancho los pedales.

De las cuatro caídas, tres fueron en escasos 30 metros de una bajada tipo trialera (por la que ya he bajado otras veces, unas a pie, otras subido a la bici), con el terreno muy roto, con muchas piedras sueltas de buen tamaño. Empecé la bajada sabiendo que me acabaría por bajar de la bici y hacer algún trozo andando, pero no pensé que me fuera a bajar de la bici a lo burro.

El caso es que después de la primera caída, en lugar de bajar andando lo que quedaba de tramo malo (que es lo que habría hecho en circunstancias normales), me volví a subir a la bici y no tardé ni diez metros en volver a caerme. No contento con esto, me subí otra vez a la bici, para sólo conseguir bajar 15 ó 20 metros más hasta caerme por tercera vez consecutiva. Ya me vale. La verdad es que la bajada estaba muy mal, pero es que me emperré en que la tenía que bajar montado en la bici...

Bueno, tres caídas medio tontas, sin más consecuencias que un par de golpes sin gravedad, pero de las que me podía haber salvado si no me hubiera empecinado tanto. 

El caso es que no mucho rato después, quizás menos de una hora, me volví a caer, esta vez bajando un corto terraplén que ya había hecho en otras ocasiones. No sé porqué, en esta ocasión acabé golpeando la rueda delantera contra una piedra “que no tenía que estar allí”, con lo que me pegué un buen costalazo contra el suelo.

Al levantarme me dolía un poco la zona bajo la clavícula izquierda, y algo también el omoplato, además de un golpe en la pantorrilla derecha, supongo que contra el manillar o el pedal. Esta vez me cabreé un poco, pues la caída fue totalmente inesperada, y un poco de daño me había hecho. Me estuve un par de minutos estirando el hombro, pues tenía la sensación de que se me hubiera quedado “mal puesto”.

Menos mal que todas estas caídas fueron casi en parado, con lo que no trajeron consecuencias más importantes. De todas maneras, también va bien pegarse algún tortazo de vez en cuando, para no confiarse demasiado y recordar que hay que ir siempre con cuidado.

Bueno, a parte de estos incidentes, la salida fue tremenda, y me dejó muy buen sabor de boca. Estuve cinco horas dando vueltas por ahí, con un tiempo de pedaleo de 4 horas y cuarto. Hice un recorrido bastante variado, con senderos, trialeras, pista, asfalto, y muchas subidas y bajadas. En total 45 kilómetros con 1400 metros de ascensión, que una vez completados me dejaron la sensación de haber sido muchos más, supongo que por culpa de los costalazos que me pegué, que me dejaron el cuerpo más dolorido de lo normal.

Además me quedé con la sensación de haber hecho un recorrido muy interesante de cara a entrenar la Diferent, y también de cara al día en que vengan por aquí los compañeros de trabajo, que van a flipar...

Un perfil muy "accidentado"...



OTRO DÍA DE E.R.E.

Ayer lunes me tocaba E.R.E., así que no fui a trabajar. Había que aprovechar el día, sobretodo teniendo en cuenta que entre semana seguro que al final no saldré con la bici.

La idea que tenía era salir a rodar, hacer 3 ó 4 horas por pista o por asfalto, trabajando la cadencia de pedaleo, y mirando de pasar muchos minutos seguidos sin dejar de pedalear. No tenía intención de hacer grandes subidas, y mucho menos de forzar en exceso al cuerpo, que con lo del sábado ya tuve bastante.

Volví a salir de casa tarde, casi a las doce y media, y después de haberme planteado seriamente no salir y hacer un par de horas de estática. Es que hay días que me cuesta mucho decidirme a salir. Luego, ya en ruta, no me cuesta nada hacer kilómetros.

Total que salí hacia el camino del Cau de la Guineu, en dirección a la carretera N-340, con la idea esa de rodar por pista y trabajar la cadencia. Una vez arriba, di mi típica vuelta por el Coll de Verdeguer y Cal Becó, y me metí en la carretera para subir hacia el Lledoner, con la intención de bajar luego por montaña hasta Olesa de Bonesvalls.

Cambio de planes según subía hacia el Lledoner. Sigo recto hasta coronar el Puerto del Ordal, y me decido a hacer carretera, que me apetecía a pesar de no ser un buen día para eso, pues hacía bastante viento.

Pasado El Pago, y de camino a Avinyonet, me desvío hacia Sant Sadurní d’Anoia, y desde allí sigo hasta Gelida. Siempre con bastante viento, y llevando un ritmo medio malo, por no querer forzar demasiado y porque el viento también fastidiaba lo suyo.

Ya en Gelida,pensé en subir por el camino de la Font Freda hacia el Puig d’Agulles, pero acabé por seguir haciendo carretera y subir por ella hasta el Puerto de la Creu Aregall. Hacía tiempo que no lo subía, y la verdad es que aunque no iba sobrado de fuerzas disfruté bastante. Siempre me ha gustado esa subidita.

Y al llegar a La Creu, en lugar de seguir por la carretera hacia Corbera, pensé que era la ocasión perfecta para hacer esos caminos que sabía que llevaban a la falda del Puig d’Agulles pasando por la Roca Foradada, peñas desde las que hay una vista muy bonita de parte de las montañas del Ordal y del Garraf.

Son unos senderos que quiero incluir en esa ruta senderil que ando preparando, y que podría decirse que serían la segunda parte de la ruta que hice el sábado.

Conseguí encontrar el camino, aún haciendo algún tramo que no tenía previsto, y además descubrí algún sendero interesante ya bajando hacia el Puig d’Agulles. Por supuesto no subí a la bola, que otras ocasiones habrá, si no que me metí por la trialera que baja a Can Armengol, y seguí hasta L’Amunt por un sendero que tenía visto en el Wikiloc. Desde ahí, “campo a través” hasta Can Planas, subida hacia La Servera, y ya para casa.

Al final, hice una salida mucho más larga de lo que tenía previsto, y mucho más completa, pues además de haber hecho bastante carretera trabajando la cadencia, acabé “metiendo” unos últimos kilómetros de senderos que hicieron la ruta más entretenida.

Tengo que decir que ayer sí me molestó un poco el tendón. Ni mucho menos al nivel al que me había llegado a doler el día de la Selénika, pero sí que me estuvo recordando que no está bien del todo. Habrá que ir con cuidado.

Poco a poco aumentando el kilometraje


En total recorrí 57 kilómetros, con casi 1400 metros de ascensión. No está mal para haber salido a rodar.
4 horas y media de salida, con “sólo” media hora de paradas.



CONCLUSIONES

Bueno, la conclusión de toda esta larga crónica sería que poco a poco estoy aumentando el kilometraje de mis salidas, forzando cada vez un poco más los tendones para ver cómo responden, intentando volver a coger la forma perdida en tres semanas de inactividad, disfrutando de la bici haciendo recorridos más cortos de lo que se había convertido en normal para mí, y aprovechando para hacer rutas más entretenidas que transcurren por senderos y caminos que no había hecho hasta ahora.

Eso sí, con la vista puesta en el día 21, fecha en la que se participaré en la marcha La Diferent, y que supongo que me va a costar bastante terminar. Ya veremos si no acabo haciendo el recorrido corto...

Y como digo en el título de la entrada, redefiniendo el concepto de salida. Sea por los dolores tendonianos, o sea porque necesito tiempo para hacer otras cosas, creo que a partir de ahora tendría que conformarme con hacer salidas más cortas, de menos horas, de menos kilómetros.

Y plantearme retos menos exigentes, no porque no pudiera ser capaz de realizarlos, que creo que este año me he demostrado a mí mismo que sí podría, si no porque conllevan realizar un entrenamiento mucho más completo, echándole muchas horas a la bici y dejando de lado otras cosas también importantes.

Pero claro eso sería la teoría. Como me respeten los tendones...

Bruno